"Cuento de verano", de Eric Rohmer. Seguimos aprendiendo a vivir.
Ya es un clásico de "Perdiendo mi eje" hacer referencia a los veranos de Eric Rohmer. Si en entradas anteriores divagué sobre "El rayo verde" o "Pauline en la playa", ahora voy a hacer lo mismo con "Cuento de verano" (1996) intentando no repetir lo mismo que ya digo siempre.
El tercero -y mi indiscutible favorito- de los Cuentos de las Cuatro Estaciones no lo vi en el momento de su estreno, sino en uno de mis dos primeros veranos en Madrid (no recuerdo si el del 99 o el 2000) y me quedé fascinado no sólo con lo bien articulado de la trama y el retrato psicológico de los personajes, sino, sobre todo, con las escenas de los paseos de los dos protagonistas principales, Gaspard (Melvil Poupaud) y Margot (Amanda Langlet) y sus conversaciones asociadas.
Once o doce años después, al revisarla, la peli me ha ganado más todavía. Al asociarme inevitablemente con personajes y situaciones, lo que percibía aquella primera vez lo percibo ahora de forma diferente. Por un lado, si antes me veía más cerca de aquella juventud, ahora noto cierta nostalgia de los veintitantos, las vacaciones de estudiante, etc., aunque, en realidad, no tantos cambios a nivel de metalidad. Por enmedio, lo más potente: cómo todo lo que se ve y se cuenta es transformado por las vivencias que he tenido a lo largo de esta década larga, cómo intento relacionarlo con ellas y, atención, qué es lo que puedo aprender (cosas diferentes a la primera vez) de lo que me está contando. Las relaciones entre vida, experiencia, anhelos y aprendizaje mediatizadas de singular manera por el arte. Maestro Rohmer.
Cinematográficamente, es también una de mis pelis favoritas del francés porque, frente a otras más estáticas o rodadas en interiores, ésta se desarrolla en constante movimiento y en diferentes localizaciones de la Bretaña francesa (incluidas varias escenas en coche y un par de ellas en barco, como esa maravillosa en la que van cantando una canción de marineros). El movimiento de los personajes va asociado al de sus pensamientos, sensaciones y vivencias, todo ello encadenado en torno a un concepto de azar muy asociado al momento: el azar a mediados de los 90 era, todavía, otro muy diferente al actual, al no estar generalizado por entonces el uso de los teléfonos móviles e internet. Algún otro día escribiré una entrada sobre cómo era la vida antes de los móviles. E, incluso, como cambia todo a la hora de construir un argumento y una narrativa.
Una sinopsis perezosa hablaría de "Cuento de verano" como la historia de un chico que se va de vacaciones a la Bretaña y tiene affaires con tres chicas diferentes, viéndose sumido en la duda de con cuál de ellas quedarse. Visto así, daría más pereza todavía. La peli no va de eso. La peli es un retrato de Gaspard, personaje dubitativo y en transición, que va conociéndose a sí mismo y descubriendo sus diferentes personalidades a través de la mirada de esas tres chicas. Especialmente lúcido es el que le hace Margot cerca del final, cuando analiza todas las diferentes facetas de él (solitario, tímido, torpe, pillo, galán, indeciso) que ha observado. La propia, Margot, también sujeta a contradicciones, es el personaje femenino más rico de la película, aunque las otras dos no son tampoco precisamente arquetipos ni clichés, sino mujeres con una compleja personalidad, tal y como siempre nos acostumbró Rohmer a ver.
Pero, sobre todo, "Cuento de verano", que, en realidad es una comedia de enredo en las antípodas de la comedia romántica tal como se conoce comunmente, es una de las películas que más lúcidamente ha reflexionado sobre la siempre sutil y tensa dicotomía amor/amistad y sobre las convulsiones internas generadas por la amistad entre hombres y mujeres.
Sin ninguna duda, yo me habría quedado con la siempre encantadora Margot/ Amanda Langlet. Pero no sé si como novia o como amiga.