El ex fabuloso mundo del circo
Paseando esta tarde por Coruña he visto carteles de un circo, y me pareció automáticamente un anacronismo considerablemente mayor que el de los carteles de las corridas de toros (espectacularmente de moda por obra y gracia del neo-rancismo hegemónico en la España actual, Galicia incluida). Nunca sospeché que el circo podría sobrevivir en 2011, aunque, si lo ha hecho, parece que ha sido a base de modernizarse en la medida de lo posible. Se trata del circo Richards Bros, anuncia como principal atracción al Hombre Araña y tiene una página web. Supongo que la idea que se tiene del circo moderno debe ser algo similar a esas pijadas como el Cirque du Soleil (que siempre he visto como algo análogo a la cerámica de Lladró o las fotos de Anne Geddes, visión reforzada por los monólogos del gran comediante estadounidense Patton Oswalt)) o a reubicaciones multiusos como el nuevo Teatro Circo Price de Madrid. Otro márketing, otras funciones, otros modos de captar al público... ¿O realmente siguen perviviendo características del circo que conocí?
El circo que conocí. Me encantaba. De hecho entre los 0 y los, pongamos, 7 años, era lo que más me gustaba del mundo hasta que el cine y los tebeos entraron en mi vida. No recuerdo muy bien cómo pillé la afición. Supongo que en aquella Coruña deprimida de los primeros setenta no habría muchas más oportunidades de ocio para un niño. Las maquinitas de marcianitos más rudimentarias aún estaban lejos de llegar, por ejemplo. El caso es que mi padre me informaba de cada vez que venía un circo y me llevaba. A todos. En esa nebulosa incierta de la memoria los recuerdo situados en paisajes que ya no existen: en la plaza luego ocupada por El Corte Inglés o en la vieja Plaza de la Palloza. Durante muchos años, para mí la Plaza de la Palloza era el lugar mágico donde venían los circos. Para mí había algo como de entrar en otro mundo, en un mundo mejor, maravilloso, cuando estaba dentro de la carpa, en aquellos bancos corridos, entrando en una de ellas por la gigantesca boca de un payaso. Todo eso, por supuesto, con la ingenuidad normal de esos años, todavía muy ajeno a las vidas sórdidas que se podían encontrar detrás, al mal rollo consustancial al clown, al maltrato animal o la explotación.
El desencanto fue, supongo, que paulatino y paralelo precisamente al crecer en edad e ir perdiendo la inocencia. A finales de los 70, o quizás primeros 80, recuerdo haber ido al Circo Ruso de Ángel Cristo y Bárbara Rey, glamour cutre y couché. Visibilizo el recuerdo nebuloso como de unas piernas gigantes de mujer y que pasabas por debajo para entrar (o algo similar a eso). Supongo que, dentro de la evolución del circo, aquello tenía algo que ver con la irrupción del Destape en la transición. Aunque, en realidad, la evolución que más recuerdo, y la primera fuente de desencanto, fue el de, para no perder comba con los tiempos, tener que adaptarse al boom de la televisión de aquellos años. Entonces cada personaje de moda de la tele salía como principal reclamo del circo: que si el circo de Orzowei, que si el circo de Mazinger Z, que si el de Vacaciones en el Mar, la abeja Maya, Los Pitufos o el de Curro Jiménez... (bueno, esto último no sé si existiría, pero me gusta pensarlo). Gradualmente fui notando el fraude ya no sólo porque era un poco mayor para aquello sino porque, además, no se lo curraban nada. Recuerdo decir "hasta aquí hemos llegado" cuando encadené dos momentos lamentables: un Supermán que lanzaban de un cañón cutre cual hombre bala y aterrizaba en una tinaja que parecía una de esas piscinitas portátiles que tiene la gente en sus jardines, y un Spiderman gordo y con un disfraz cutrísimo sospechosamente parecido al que actualmente asusta a los niños en la Plaza Mayor de Madrid. A partir de ahí, mi padre decidió llevarme al hockey sobre patines todos los domingos.
Otro momento clave en mi divorcio con el circo fue ver en el periódico la noticia de que en uno de ellos que acababa de venir había nacido una leona y le habían puesto de nombre Coruña. Luego se había filtrado (no era difícil), que al llegar a, pongamos, Ponferrada, dijeron que había nacido otra leona y que la habían llamado Ponferrada. Para más morro, unos tres años después llegó otro circo, nació otra leona y la llamaron Coruña. Fatal. Ya no iba al circo en aquella época pero se me quitaron las ganas de volver si algún día me venía la tentación.
Pese a todo, sigo viéndole cierto encanto a mi idea del viejo circo, aunque ya con una mezcla de amor por el romanticismo de lo obsoleto, de idealización y de atracción por esa convivencia entre la ilusión y la sordidez. Ahora pienso en el circo de películas como "Trapecio" o "Freaks", también en el de "El cielo sobre Berlín" (para el que quedará siempre en el recuerdo la imagen como trapecista de la bella y tristemente malograda Solveig Dommartin). O incluso en películas más recientes. En un circo de los de antes, símbolo de peligro y también lugar en el que todo es posible, se ambienta una de las películas más bonitas y más silenciadas de este año: "El último verano", cinta con aroma crepuscular y reflexivo, auténtica lección de vida, dirigida por el gran Jacques Rivette e interpretada por unos excelentes Jane Birkin y Sergio Castellito. Con esta recomendación me despido.
Y con otro momento de belleza máxima ambientado en una carpa de circo, aunque se tratase de otra cosa. Something Better.
2 Comments:
Ufff, pues a mí el circo no me gustaba nada. Me daba mal rollo. Los payasos me ponían tristísima. Y en cuanto pude me escaqueé de volver a pisarlo. Es lo más deprimente del mundo. Me deprimen hasta las películas que tienen el circo de fondo. Moriré con circofobia.
Después de pasar por las mismas etapas que tú (Circo Torrebruno incluido), muchos años después viví un momento genial. Una mañana salí de la Facultad de Empresariales y subí por detrás del Estadio de Riazor (donde instalaban los circos entonces). El circo ya me parecía algo cutre y sórdido pero a unos diez metros de mí vi cómo duchaban a una cría de hipopótamo con una manguera. Jugaba con el agua como un perrito.
Perdón por el latazo y un saludo.
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