domingo, febrero 17, 2013

Crónicas de la Edad de Plata (IV)

La del jueves 14 fue una noche muy intensa, que comenzó muy pronto con el concierto de Metz en Siroco, presentando su álbum de debut para Sub Pop. El trío de Toronto no decepcionó en absoluto, mostrando un espíritu muy Nirvanero en su punkcore cargado de decibelios y frenesí en una sala que se les quedó pequeña: abarrotada hasta lo insoportable, hubo gente que se tuvo que quedar en las escaleras de arriba sin apenas ver. Se ayudaron además por una iluminación ad hoc y un gran sonido para ofrecer un muy buen concierto, aunque poco disfrutado por la incomodidad en la que estábamos todos.

Tras un debut, llegó una despedida. En el Teatro Lara, Nadadora ofrecía su último concierto. No puedo ser muy objetivo con ellos porque, antes que cualquier otra cosa, son amigos míos. Fue un bolo extraño, con el público sentado tímidamente en las butacas hasta que, en la parte final, unos cuantos nos levantamos para arroparles mejor. Quienes les conocemos sabemos los pedazos de vida, los sentimientos que se guardan detrás de sus canciones, esa forma de vitalismo melancólico que ellos han querido preservar a fuego con notas de indie pop y shoegaze. En el Lara se produjo esa retroalimentación emotiva con los fans en una ceremonia que Gonzalo Abalo culminó, con el nudo en la garganta y la lágrima a punto de aflorar, con una lista de agradecimientos a alguna de la gente que ha estado con ellos desde el principio. A mí sólo me queda darles esas gracias de vuelta por sus tres álbumes y todos estos años de conciertos, grandes momentos, y algunas canciones que ya se quedarán ahí para el resto de nuestras vidas. Se negaron a ser fugaces y no, no lo serán.


Parte de ese agradecimiento lo expresamos posteriormente en el Post Party que Inbetween Diyeis y Man Pop amenizamos en el Fotomatón. Una sesión a ocho manos forzosamente caótica pero creo que bastante dinámica y divertida. De entre la variedad de todo lo que sonó, dejo aquí la primera canción que pinché, dedicada no sólo a Nadadora sino también a un amigo ausente esa noche pero con un gran motivo para ello: la felicidad de haber engendrado una nueva vida. Brindemos con alegría.

 
El viernes, The New Raemon tocaba en Joy Eslava y, para la ocasión, se llevó de banda de acompañamiento ni más ni menos que a Maga. Los sevillanos, ya bastante curtidos a lo largo de estos años, son también un grupo muy versátil: se les ha podido ver tocando el repertorio de Golpes Bajos junto a Germán Coppini (y sonando mucho mejor que los propios Golpes en su época) y con Tote King entre otros. Al repertorio de Ramón Rodríguez le dieron un nuevo impulso, sonando con un halo after punk y eléctrico que le vino como anillo al dedo, no sólo a las canciones de “Tinieblas, por fin” (que no fueron tantas como esperaba) como a las anteriores. Cayeron también varios temas que interpretó él solo en acústico, un par de versiones de Maga (una interpretada por Ramón, otra por Miguel Rivera), y el vocalista pareció transmutarse constantemente en Dani Mateo por su propensión a hacer stand up comedy con abundancia de chistes malos. El sonido fue espectacular y éste quedará, seguro, como uno de los mejores conciertos que he visto este año en una noche que culminó de nuevo en el Siroco para presenciar una nueva sesionaza de mi DJ favorita, Blanca DB, cada vez más encaminada hacia el pop electrónico fino y sofisticado. Una garantía siempre.

 
El sábado cambio de tercio total. En horario vespertino y dentro de un curioso evento en El Intruso –un garito relativamente reciente que también está programando conciertos de lo más variado y de artistas minoritarios- pudimos ver a uno de los grandes músicos madrileños de culto. Vadim Tudor (seudónimo bajo el que se esconde Javi, el ya mítico pincha del Gris, no menos mítico pub de Chueca) y que se prodiga muy poco en los escenarios. Como él mismo dijo, “la próxima vez que toque igual alguno de vosotros ya está con Marifé”. Acompañado a las programaciones por Aldo Linares, sedujo con unos sonidos electrónicos que lindaban con lo industrial y unas letras absolutamente personales, entre el humor pazguato (las rimas de “La canción del dolor”), la crítica social (al programa “Tómbola”) o el odio a la vida nocturna, encarnado en un psicópata que, pistola de juguete en mano, amenazó con matarnos a todos. La genialidad de Vadim Tudor es indiscutible más allá de lo humorístico, y también tiene detrás sus cargas de profundidad. El tema “La procesión del silencio” se lo dedicó a Reserva Espiritual de Occidente, protagonistas involuntarios de otra de las noticias más absurdas y preocupantes de esta semana en el underground madrileño. El grupo tuvo que cancelar su concierto previsto el jueves en el Wurlitzer Ballroom por la oleada de amenazas que sala, promotora y banda recibieron por parte de grupos de ultraizquierda que les acusaban, paradójicamente, de hacer apología del fascismo. Con medios tan fascistas les impidieron tocar y volvieron a poner de manifiesto, venga del lado de donde venga, la extrema debilidad mental con la que se juzga a las manifestaciones artísticas, especialmente cuando uno es provocado y reacciona negándose a entender nada y buscando que esa manifestación sea silenciada, borrada de la faz de la tierra, por el pánico que les da verse a sí mismos reflejados en ella.

La crónica empezó en Toronto y en Toronto terminará. Expectante ante la inminente llegada del grupo que, probablemente, mejor está reflejando el espíritu de los tiempos, o al menos el que, con su confrontación y su melancolía trance, mejor está consiguiendo conectar con mi visión del mundo. Velando armas para que Crystal Castles me vuelvan a volar la puta cabeza. Hasta entonces.


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miércoles, febrero 06, 2013

Crónicas de la Edad de Plata (III)

Comencé y terminé esta semana con, de momento –ya sé que llevamos poco, pero es así- los dos mejores conciertos que he visto este año: Patrick Wolf y Vinicio Capossela. Para mis impresiones sobre ambos os remito al Rockdelux de marzo, y salto hasta el pasado jueves, cuando, previo paso por Génova para gritarles a los antidisturbios que era a los delincuentes a quienes protegen y a los que les pagamos a quienes reprimen, me acerqué de nuevo a la sala El Sol para ver el concierto de Josele Santiago y Very Pomelo. Una cosa que me hizo despertar el interés fue ver que en la revista Ruta 66 lo habían elegido como mejor directo del año, y puedo entender por qué, y también las razones por las que también le vi sus pegas (no soy de gusto nada rutero actualmente, confieso). A favor: el último álbum de Josele, “Lecciones de vértigo”, me parece lo mejor que ha hecho en solitario y creo que no se le ha tratado con la suficiente justicia. Me molaba, por otra parte, verle cómo defendía sus canciones con otra banda, joven y genuinamente rockera. En ese sentido, Very Pomelo cubrieron muy bien su función y le dotaron de una electricidad y una energía de la que su repertorio en solitario carecía, llegando a acercarlo a Los Enemigos como no había sucedido hasta el momento. En contra: que, en realidad, se alternó el repertorio de los dos grupos y cada vez que caía un tema de Very Pomelo, el gatillazo era inevitable. Los catalanes me parecieron una banda de rock a la vieja usanza, onda sureña, muy solvente. Su líder tiene carisma de estrella, aunque –es prejuicio mío, reconozco- la trompeta sobra. Pero su estilo, parte Black Crowes, parte los M-Clan menos pijos, parte Corizonas, me cansa a partir de un punto, sobre todo en momentos finales en los que se gustaban demasiado a sí mismos haciendo jams. Igual es que era tarde y yo ya no estaba para eso. Por cierto, que han remodelado la zona de entrada en la sala Sol y ahora se está más cómodo y aireado. Y, que no me olvide, el sarao sirvió también como fiesta del programa de Radio 3 "Hoy empieza  todo".




El sábado, en la sala Taboo, que hacía años que no pisaba, se presentaba “Cómo ve el mundo un caballo”, segundo álbum de los sevillanos Blacanova, uno de mis grupos favoritos de la actualidad. Nos quedamos muy poca gente a verlos, menos de la que había estado antes con dos teloneros absurdos de cuyo nombre no quiero acordarme (la proposición de esta sección es hablar en positivo en la medida de lo posible). Ha habido cambios en el grupo (su ex guitarrista está ahora con I Am Dive, otra banda muy interesante), pero les he visto sonar bastante mejor que la vez anterior que les había visto. A su combinación entre shoegaze y sonidos after punk añaden ahora unos estallidos post-rock que funcionan muy bien en directo. La principal rémora es que sus voces quedan demasiado tapadas e inaudibles, algo que no percibo como una opción estética voluntaria (podría serlo) y, llamadme frívolo, pero la imagen de su pareja de vocalistas no pega con la del resto de la banda, de negro impoluto como debe ser. Pese a lo tardío del concierto, se le pudo seguir sacando partido a la noche con dos propuestas que me apetece citar: en el Fotomatón hubo una fiesta a favor de la inminente tercera edición del Madrid Popfest, una iniciativa autogestionaria y horizontal gestada desde las trincheras, que tiene las ideas muy claras, y que empieza a hacerse ya su hueco como un joven clásico en la escena madrileña. Luego, en Siroco se abría un nuevo evento periódico, Let’s Dance, que promete. Hubo música electrónica, estuvo petado hasta lo indecible e incluso algún asistente llevó el dress code que se pedía y apareció disfrazado de robot.

Uno de los sitios que más cosas interesantes está haciendo y que está mostrando una sensibilidad más especial hacia la cultura pop es el Centro de Arte 2 de Mayo de Móstoles. Allí se celebró en su momento la excelente exposición sobre Sonic Youth, en la época de buen tiempo hacen conciertos majísimos en la terraza del edificio (aún recuerdo disfrutar a ras del suelo de Los Punsetes y Mano de Obra la pasada primavera) y actualmente, hasta el 21 de abril, tienen la exposición “PopPolitics: Activismos a 33 revoluciones”. Es un cajón de sastre dentro del amplio espectro de política y cultura pop, con cosas de interés desigual, pero algunas que me han llamado la atención, como las referencias a la pista de baile como espacio de libertad, los casos de los fans chicanos de los Smiths y los fans rusos de Depeche Mode con todas sus implicaciones de resistencia política (del primer caso se ha hablado más, pero el segundo era semidesconocido para la mayoría) y, sobre todo, las fotos de Ryan McGinley que ilustran el cartel y que muestran a los fans como sujetos activos en el flujo de información en la música en directo, un aspecto que los medios cada vez estamos ninguneando más.

Precisamente con motivo de esta exposición, comienza ahora cada domingo el ciclo “Revolución subterránea.La celebración de un incendio”, en el que se proyectarán varias películas relacionadas con pop y política, acompañadas de coloquios con diferentes figuras. La inauguración llegó con una propuesta sorpresa: a J de Los Planetas se le daba carta blanca para que comentase lo que se suponía que iban a ser una serie de vídeos de su elección. Sin embargo, él optó por una jugada más de colocar a sus fans (que eran, básicamente, quienes llenaron la sala de proyecciones) contra la pared y meterles “La sociedad del espectáculo” de Guy Debord. Esto es, la película que el filósofo francés realizó en 1973 tras editar el libro con ese mismo título y que se considera el estandarte del situacionismo. Un filme bastante radical y con unas ideas muy interesantes tanto a nivel de filosofía política de la revolución como de teoría del arte y la sociedad y del que, no obstante, luego no habló prácticamente nada. En un coloquio que fue moderado por mi compañero Víctor Lenore se habló más del indie en España, de Los Planetas y de la visión de la política actual que tiene J (con un discurso tan peculiarmente articulado como el que desarrolla aquí). En cierto modo, en su actitud se dan la mano el anarquista escéptico, el revolucionario de salón, el pasota acomodado para el que el mayor acto de resistencia es decir “yo me bajo del tren y me quedo debajo de la parra al solete con mi guitarra”, el idealista que roza lo ingenuo y el pensador lúcido que lo clava, por ejemplo, cuando afirma que Telefónica es la Estrella de la Muerte a la que hay que combatir. Algunas consideraciones que me llamaron la atención:

-Pese a que Lenore le intentaba tirar de la lengua para que lo desmitificara, sigue creyendo en el indie español de los 90 como un movimiento que tuvo peso político, incluyendo sus propios discos desde el principio. Dice que en el “Súper 8” había varios temas con una intención social clarísima, pero no señaló cuáles. Prefiere que el público lo averigüemos por nosotros mismos.

-Considera que todas sus canciones hablan, básicamente, sobre la imposibilidad del amor en la sociedad capitalista moderna, y por eso su voz es un quiero y no puedo que casi no se distingue entre toda la maraña sónica.

-“Los gitanos fueron los primeros indies”

-Nunca en su vida ha votado. “No vamos encima a votar a los que nos roban para decirles que nos parece bien”.

Y ahora os dejo, que voy a fantasear un rato con que asisto a un concierto de Vinicio Capossela en una taberna portuaria en Tesalónica con marineros, putas, borrachos y fumadores de hachís, de repente todo el mundo se levanta a cantar y bailar, tras airear con melancolía las penas de amores entre la niebla el furor etílico aumenta, los cánticos empiezan a apelar a la revolución y, entre abrazos y besos, se lanzan a las calles, y, de repente, en todo el sur de Europa está pasando eso mismo y Ángela Merkel arde en cólera y dice que eso no se puede permitir y coge el teléfono rojo y todos los gobernantes llaman al orden pero los antidisturbios se contagian de la orgía general mientras les tiran rosas empapadas en alcohol, se quitan sus cascos y sus uniformes y se ponen a bailar con el pueblo y se hacen hogueras en las plazas y una carcajada gigantesca termina escuchándose en el planeta entero y...... riiiiiiiiiiiing!!!!!!!!!!!!!!!!!

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