"It's All True", de Junior Boys. Pop negro de bata blanca.
Decía hace poco James Murphy que el sonido se ha perdido para siempre desde que la comprensión en MP3 se convirtió en el formato hegemónico. Quizás el ya ex líder de LCD Soundsystem pecase de apocalíptico: cada movimiento evolutivo (o involutivo) en las formas de distribución y consumo musical crea movimientos de reacción. El año pasado, sin ir más lejos, El Guincho reivindicaba en “Pop negro” la estética de la alta fidelidad, las grandes producciones de r’n’b de los 80 y los 90. En realidad, los canadienses Junior Boys ya venían haciendo esto desde que debutasen con “Last Exit” en 2004, pero quizás su obsesión por el sonido no se viese tan nítida como en este cuarto álbum. “It’s All True” es, ante todo, una invitación a sumergirse en la exquisita producción de las canciones: las texturas sintéticas, los ritmos y esa línea clara, impoluta, casi reaccionaria en plena era de la mugre dubstep. Las atmósferas de fondo siguen remitiendo a grupos de los 80 como Japan o Talk Talk, parte del ADN musical de Jeremy Greenspan y Matt Didemus desde sus inicios, pero ya van dejando atrás la melancolía (ahora apenas presente en temas como “Playtime” o “A Truly Happy Ending”) en beneficio de los ritmos r’n’b y funky.
Como vocalista, Greenspan se ha soltado ligeramente, explora el falsete con más frecuencia e incluso rompe un poco con su contención al repetir algunas frases de forma compulsiva (la más evidente, el “I love you so bad and I wanna repeat it” de “EP”). También se sueltan con los bpm como hasta ahora nunca habían hecho, en temas como el extenso “Banana Ripple” o el semi instrumental “Kick The Can”, casi un hermano pequeño del “Odessa” de Caribou. Y, al igual que en su álbum predecesor, “Begone Dull Care” (2009), el dúo de Ontario se ha buscado una coartada “arty” para dar concepto al disco. Si en aquella ocasión se trataba de un homenaje al animador Norman McLaren, ahora aluden a la película “Fraude” de Orson Welles (1973) como forma de criticar a la industria musical, pero eso no parece reflejarse en el contenido del disco, abonado a una temática sentimental bastante rutinaria. De hecho, a Junior Boys cada vez les cuesta más mover las fibras emocionales: sus lamentos suenan castos y quirúrgicos, cero carnales, como si surgiesen de tubos de ensayo en un laboratorio. Puede ser una opción estética defendible, pero dudo de que ello formase parte de sus intenciones.
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