miércoles, agosto 10, 2016

"The Duke Of Burgundy", de Peter Strickland. Coleccionismos e invocaciones.


Las primeras veces que leí el nombre de Peter Strickland fue por vinculaciones musicales: los inolvidables Broadcast grabaron la banda sonora de su segundo largo, “Berberian Sound Studio” –que aún no he tenido la oportunidad de ver- y el cual acabaría por ser su último trabajo, y también dirigió la película del “Biophilia Live” de Björk. “The Duke Of Burgundy”, su tercera película de ficción, también tiene una conexión pop. De hecho, mucho antes de que ésta llegase a nuestras pantallas, ya se había distribuido por aquí el disco con su banda sonora, a cargo de Cat’s Eyes. Pero todo esto es relativamente poco relevante en comparación al asombroso talento mostrado por el británico como cineasta: inteligente, turbador, imaginativo…y todo ello, siendo consciente de las referencias en que se quiere basar. 

Al igual que de “Berberian Sound Studio” se dice que es un homenaje al giallo italiano de los 70, “The Duke Of Burgundy” lo sería al cine de Jess Franco de la misma época y al erotismo soft francés de “Historia de O” y otros títulos de aquellos que la gente de la generación de nuestros padres con poder adquisitivo y ganas de aperturismo mental presumía de ir a ver a Perpignan. También es evidente la sombra de Buñuel, a quien Strickland no disimula en rendir explícito homenaje bautizando a uno de los personajes como “Dr. Viridana” (sic). La presencia como secundaria de Monica Swinn, actriz recurrente en algunos de los filmes de Jess Franco, tampoco deja lugar a dudas. 

La trama es aparentemente mínima: una entomóloga llamada Cynthia (Sidse Badett Knudsen) mantiene una relación con una alumna suya, Evelyn (Chiara D’Anna) de tintes sadomasoquistas. Ambas escenifican una serie de rutinas fetichistas que se repiten una y otra vez, pero que se van alterando a medida que, poco a poco y muy sutilmente, descubrimos la evolución psicológica de los dos personajes, los tensos desequilibrios entre dominación, fantasía, representación e insatisfacción. En cierto modo, es como si el cineasta plantease una secuela de “El Coleccionista”, de William Wyler, pero donde la protagonista fuese una chica que lee al Marqués de Sade y los clásicos góticos y que consiguió su propósito de retener a la presa. 



La historia es situada por Strickland en un lugar y una época inciertos. Podría ser la Inglaterra victoriana, aunque se rodó en Hungría (su primer largo, "Katalyn Varga", se desarrollaba, por cierto, en la región de Transilvania de habla magiar). Igualmente inaudito en ese microespacio hermético es que todas las habitantes –las dos protagonistas, una vecina y las mujeres que acuden a las conferencias universitarias de la entomóloga- sean mujeres, lo cual puede abrir la mente a todo tipo de teorías e interpretaciones. En un plus de perturbación, en las secuencias de las conferencias aparecen algunas maniquíes entre el público (??!!) 

 Todas esas fascinantes invocaciones, a las que se suman las referencias entomológicas (El duque de Burgundy es un tipo de mariposa que solo existe en algunas zonas del Reino Unido, la palabra clave “pinastri” se refiere a una especie de polilla…) son envueltas en un estilo visual que acentúa la sensualidad desbordante de la película, así como una utilización del sonido y la música –perfecta la contribución de Cat’s Eyes- que acentúa el efecto producido sobre los sentidos. Es, además, una película elegantísima y muy sutil, que en ningún momento se acerca a la erótica burda y que oculta mucho más de lo que muestra. 

Su visión de la película me ha llevado también a fortalecer la idea de que estamos en una nueva era mayor del cine fantástico británico. En los últimos años, me he dejado seducir también por títulos de Jonathan Glazer, Ben Wheatley (no en vano, coproductor ejecutivo de ésta), Alex Garland, o John Michael McDonagh y que, en cierto modo, me recuerdan a aquellos desasosegantes cineastas de los 70 como Nicolas Roeg o el recientemente fallecido Robin Hardy.