jueves, agosto 04, 2005

Big In Japan (y IV)

En Nagoya se acabó la posmodernidad, el homenaje friki-fílmico y toda la vaina. Se acabó, en gran medida, el encanto. El famoso shinkansen o tren-bala (que la gente dice que no es tan rápido pero a mí sí me lo pareció, será porque soy de provincias) nos alejó de Tokio quizás para siempre y nos llevó a una urbe-urbe de la que sólo recuerdo una larga avenida llena de locales comerciales y grandes edificios. La expo, en las afueras, fue un corte de rollo total, con pabellones de países que te metían cuatro chorradas que no me interesaban en absoluto y al final, claro, el tenderete con souvenirs por las nubes. Un indicativo: el pabellón de España tenía al lado un "tapas bar" en el que, por cuatro mariconaditas de diseño, te clavaban 4.000 pelas. Las colas de japos eran monstruosas, probable prueba de que, en realidad, allí cualquier cosa triunfa. Lo demostró la gran acogida a la tuna (de Derecho de Valladolid, por cierto) cuyo viaje fue idea del Pabellón, creo. Los propios tunos fueron los grandes animadores del concierto de La Oreja de Van Gogh en el auditorio. Me aburrí por primera vez en Japón, al menos un poco, aunque hubiese momentos de esos en los que la realidad exótica es tan friki que supera a la ficción de cualquier peli de Sofia Coppola, Takeshi Kitano, Quentin Tarantino o su puta madre. Por ejemplo, entrar en el pabellón de la India y ver a las azafatas japonesas disfrazadas de indias.
Lo mejor de esos dos últimos días: quizás algunas de las entrevistas a músicos (sobre todo Mala Rodríguez: ya hay quien me llama "el hombre que hizo sonreír a La Mala"), y las escenas en el hotel, casi monopolizado por la expedición española, y que tuvieron como protagonistas principales a el Langui y Gitano Antón de La Excepción.Sus peripecias y diabluras se quedarán en secreto profesional por los que allí estuvimos. Casi una semana después, todavía acuso un jet lag físico, mental, anímico y emocional.
Queda clausurado este weblog hasta después del verano.

Canción del día: "Disintegration" (The Cure)

miércoles, agosto 03, 2005

Big In Japan (III)

El tercer día fue el de la quedada con Mieko. El tifón siguió haciendo de las suyas y llovió a mares. Ese día descubrí el metro, bastante lioso por varios motivos. El principal,que las líneas pertenecen a diferentes compañías y que hay que pagar diferentes tarifas según recorrido, sin estar libre de volver a pagar en el transbordo si el siguiente tren que vas a pillar es de otra compañía. Además, y como es habitual, casi todos los letreros están en japo y no te enteras de nada. Sintomática la recomendación de la guía Salvat: algo así como "si no sabes qué tarifa te corresponde, pilla en la máquina el billete más caro y así el revisor no te parará". Menos mal que yo iba con Mieko.
No pillé hora punta, por lo que me perdí los momentos más freakies del metro (los empujadores, el vagón solo para tías) y se terminó por parecer a cualquier otro metro del mundo, con la salvedad de lo absolutamente inundado que está de anuncios por todos sus recovecos. Sobredosis de información total.
En la zona de Ginzo fuimos a ver un teatro de Kabuki y... tachán.... decidimos meternos dentro (sesión matinal). En el kabuki se puede pagar por actos o por ver la representación entera. El público es muy familiar (gente mayor, jóvenes). Nos tocó arriba de todo del gallinero en una esquina. La obra era una adaptación de Shakespeare ("El día 12" o algo así) y los decorados eran muy modernos, bastante espectaculares, jugando con espejos y un músico de cuerda en una pantalla. Los actores surgen desde el público y éste aplaude cada vez que sale un nuevo personaje. Para mi decepción, tenía más de comedia que de drama y el argumento, muy basado en el enredo, parecía muy como de nuestro teatro de variedades.Claro que como eran japoneses, tíos haciendo de tías que se disfrazaban de tíos y tal, grandes voces, grandes maquillajes, grandes decorados... moló. Por cierto, que a mi lado había una japonesita que se quedaba dormida, le caía la cabeza y la terminó apoyando en mi hombro. Qué riquiña!!
Luego fuimos al templo budista más antiguo de Tokio. Lugar turístico en el que me encontré de nuevo con La Oreja de Van Gogh (y no iba a ser, ni de lejos, la última). El sitio tenía un encanto especial aunque, al igual que Scarlett, no sentí nada :-/
Última parada en el barrio de Shinjuku. Vimos el edificio del ayuntamiento (una tremenda mole altísima, impresionante) y terminamos el recorrido como no podía ser de otra manera para un friki como yo: en la calle en la que termina "Lost In Translation".Sísísísí.
De vuelta al hotel entrevista con Bunbury. Para poner de manifiesto la falta de originalidad de todos los que estábamos allí, deciden que la sesión de fotos sean de él apoyado en la ventana como en la peli. Cosas. La entrevista fue más bien rutinaria y un poco estresante (poco tiempo, como siempre). No dijo nada interesante, aunque luego otro entrevistador me reveló un buen titular: "No entiendo cómo se puede conjugar tan bien la filosofía zen y el capitalismo".
Siesta hasta el doble concierto en la sala de Jamiro (esta vez fuimos andando y llegamos a tiempo). Comenzaron Macaco, que no me molan pero que hay que reconocer que animaron el cotarro, finalizando con una batucada en medio del público tras el concierto. Había una japonesa con una camiseta de los zapatistas y me puse a hablar con ella. Era fan de Manu Chao, Ojos de Brujo y tal, para que vean cómo en Japón hay fans para todo.
Nos fuimos a cenar a un italiano pero, tranquis, con camaretas japos que sólo hablaban japo (delirante, de nuevo) y nos perdimos el concierto de Bunbury con las coñas. Me habría molado verlo (para mi gusto, tiene un directo fenomenal), pero quizás me ahorré el bajón. Apenas había 30 personas entre el público. Llegamos mientras se pedían los bises pero no volvieron a salir. Yo tenía cita con Bunbury para hacerle una minientrevista en el camerino, pero estaba cerrado a cal y canto con el armario del mánager custodiándo la puerta y diciendo que la entrevista era imposible. No pasó ni Ramoncín (algo así como el pelota omnipresente de los camerinos, a tenor de la experiencia de este viaje). Luego me enteré de que el mal rollo se debía a que cuando iban a salir para el bis uno de los músicos "desapareció" y Bunbury montó en cólera.
Nosotros no fuimos membrillos y nos fuimos a dormir. Mañana, Nagoya. No hacer rimas.

Canción del día: "K-Hole" (CocoRosie)

Frase del día: "No puedo con tanta posmodernidad" (Alberto)

lunes, agosto 01, 2005

Big In Japan (II)

Segundo día. Recorrido por Shibuya más bien de compras. En una tienda de discos nos encontramos a los chicos de La Oreja de Van Gogh (no a la chica). Muy majetes, la verdad. Uno de ellos nos pregunta si controlamos algo de pop japonés porque se quería comprar algo. Yo le saco una foto al disco de Daddy Yankee en versión japo. Lo más reseñable del recorrido: una cola enorme en un tenderete en el que vendían no sé qué movida de "Star Wars". No me enteré muy bien de la vaina, pero al parecer, en el hotel luego vieron a Ramón J. Márquez (antes conocido como Ramoncín) haciéndose fotos con el enano que hacía de R2D2. El mayor descubrimiento fue las tiendas llenas de chicas comprando(la calle era un desfase, oleadas de gente por todas partes, mayoritariamente tías y de edad incierta entre los 15 y 30 años) y todo el mundillo de las lolitas góticas: tribu urbana de moda en Japón, con una extraña mezcla de referencias entre el fetichismo siniestro, la estética manga más naïf y un puntillo rococó como de novela romántica inglesa. Cosa curiosa: la mayoría iban emparejadas y a juego. Una de negro y otra de blanco o rosa, una con cofia y otra con la cabeza descubierta. Dentro de la vorágine de tribus urbanas que se veía, una cosa parecía cierta: se veía los punkis con pintas más punkis, los rockabillys con las pintas más rockabillys.. pero todo era pura estética, rebeldía uniformada y gregaria, al fin y al cabo. El Gitano Antón de La Excepción, en conversación posterior, nos mostró todo su escepticismo al respecto. Se quejaba de que había ido a una fiesta rastafari y nadie fumaba marihuana.
Más curiosidades: una enorme tienda de juguetes que sería el paraíso de los freakies (yo le compré a mi sobrina una ballena para guardar cd's) y varios tenderetes de iconografía pop, con cientos de postales, entradas firmadas y diverso merchandising de ídolos pop teen locales. Para quien haya visto "Dolls" de Takeshi Kitano se puede hacer una idea de cómo son. En las tiendas de deportes prácticamente todos los dependientes tenían camisetas del Real Madrid pero, curiosamente, las del Barça cotizaban más caras.
Hay que ir al concierto de La Oreja, que, glups, en realidad se nos estaba olvidando que íbamos a trabajar. Juan y yo nos pillamos un taxi para ir al local y asegurarnos de que llegábamos a pesar de que sabíamos que no estaba a más de cinco minutos. Pésima idea y momentazo Lost In Translation del viaje. Pese a enseñarle previamente la dirección al taxista, el tío se pierde, mira el callejero dos o tres veces y, finalmente, cuando reconoce que se ha perdido del todo, se para en un semáforo y nos dice "walk, walk", y ahí nos deja. Vamos a preguntar con el plano a dos o tres sitios: uno nos manda en dirección contraria, otro a tomar por culo... y todos ellos sin hablar ni patata de inglés. Nos encontramos dos veces por la calle a Luis y Montse Elefant (la segunda nos guían por el plano, llevaban unos días allí y controlaban la zona un poco) y una vez a Roberto Niza y sus colegas. Finalmente, llegamos al concierto 20 minutos tarde (mecachis).
La Oreja tocaba en la sala Dúo, propiedad de Jay Kay, que para que eso quedase bien claro, estampó su silueta en todos los espejos del local. Así es la megalomanía. La sala estaba bastante llena (aunque, ojo con los discursos triunfalistas de la SGAE, el concierto era gratis y cabían unas 2.000 personas) y predominaba el público español y latino. Con esto del reportaje, le entré (profesionalmente) a unas cuantas japos para preguntarles por qué estaban allí y de qué conocían al grupo. Sorpresa: todas las encuestadas tenían o algún amigo español o habían estado allí alguna vez o algo así. Y tiro fallido: dos de las presuntas japos en realidad eran peruanas (jajajaja).
Tras el concierto momento de indecisión. A Juanan Rolling se le da por llamar al mánager de La Excepción y los vamos a visitar a su hotel. El Langui, estrella absoluta del viaje, se pone a teorizar sobre el "Big One" que espera Tokio y que en breve va a haber un terremoto y se va a ir todo a tomar por el culo. "Lo sé bien, que me he documentado", dice. El Gitano Antón me hace dos revelaciones insólitas. 1) que desde hace años les viste Nike y que se ha comprado unas Air Jordan (se me cae el mito). 2) Una muy meditada comparación entre la cerrazón social de Japón yla de Pan Bendito (el mito sube de nuevo). Volvemos al hotel porque nos toca madrugar:hemos decidido irnos a las 4 al mercado del pescado, la lonja más grande del mundo.
Yo me despierto dos horas antes de lo previsto. El puto jet lag. No se me ocurre nada mejor que, ejem, sentarme en la ventana y ponerme a mirar. Nos encontramos por fin en la recepción. Llueve a mares (es la llegada del tifón que esos días andaba por el país pero que a Tokio llegó de refilón). Caminamos por el mercado, impresionante, con un día de perros. No hay zona de peatones y los camiones de transporte y tal van a toda hostia y pueden aparecer de todas partes: parecía un puto videojuego en el que tenías que sortearlos en todo momento. Entre eso y la lluvia la situación parecía muy "Black Rain". Lo más turístico era el momento de la subasta, con un montón de atunes numerados que parecían ballenas y un pibe subido a una caja gritando cosas en japonés. Allí nos encontramos de casualidad a dos españolas, una de ellas una periodista del Tentaciones que estaba de vacaciones o algo así (estas cosas pasan). Agotador. Y en un par de horas había quedado con Mieko. Volvemos al hotel a desayunar, aparece por ahí Dani Macaco, le saludamos y le invitamos a sentarse. Tipo majo. Me voy a acostar un rato.

Canción del día: "All My Colours" (Echo And The Bunnymen)