Un día cualquiera de agosto, las calles de Praga rugen. Las campanas tañen, los grupos de turistas buscan su sitio en la Plaza Vieja, los nativos caminan ociosos o distraídos, un grupo de vagabundos toma el sol en un banco... Callejuelas y edificios de ensueño se vislumbran en cualquier rincón al que uno mire. Cierras los ojos y, si te evades, estás en una película expresionista en la que los personajes de Kafka caminan junto al Golem, el bravo soldado Schweitz junto a muñecos animados imposibles que hablan en caracteres art nouveau, Rilke y Kundera brindan con absenta en una taberna. Pero, en un edificio en el centro de la ciudad, la capital checa se aísla en el horror y la impotencia.
Estamos justo hace cuarenta años. Las flores de la Primavera de Praga son pisoteadas por los tanques "amigos" del Pacto de Varsovia ante las órdenes del soviético Brezhnev. Éste decide reimponer el orden por la fuerza ante los cambios antirrevolucionarios (pequeñas aperturas a la democracia) que está llevando a cabo el gobierno checoslovaco. El ejército invade las calles y el pueblo refleja su icomprensión de lo que está sucediendo. Sólo pequeños actos de boicot, como el cambiar las señalizaciones para despistar a las tropas invasoras, consiguen hacer frente a las armas. A sólo unos kilómetros, en París, los jóvenes buscan la playa bajo el asfalto. Los jóvenes checos sólo cuentan con flores y pancartas, quizá algún coctel molotov, para soñar con un utópico Verano del Amor.
Josef Koudelka tenía 30 años. Ingeniero aeronáutico que se pasó a la fotografía, acababa de regresar a su país natal después de realizar reportajes sobre gitanos. Se encontró de frente con aquello y lo captó con su cámara. Le acabaría vendiendo las fotos a la agencia Magnum y pronto darían la vuelta al mundo, convertidas en símbolo de la lucha por la libertad. Figuraban como de autor anónimo: Koudelka no podía revelar su identidad por miedo a represalias del gobierno comunista contra él y su familia. No se descubrió hasta 1984.
Ahora, Koudelka camina feliz por los pasillos de la sala donde, por primera vez, se expone la retrospectiva "Invasión Praga 68". Cámaras de televisión y micrófonos le acompañan. Las imágenes en blanco y negro de aquel sinsentido parecen, esa mañana de martes de agosto, la ficción, algo que no te crees que haya existido mientras, afuera, la gente vive su vida en paz y, en la televisión, Putin da la mano al Fantasma de la Guerra Fria en un lugar de Georgia y, en Pekín, el COI, los deportistas de élite y las grandes corporaciones firman la gran bajada de pantalones ante la ley del silencio.
http://www.magnumphotos.com/Archive/C.aspx?VP=XSpecific_MAG.ExhibitionDetail_VPage&pid=2TYRYDKOQZSX
Aquellas Promesas del Este fueron un amargo fraude. Aquel sistema, solidario e igualitario sobre el papel, terminó por reproducir los esquemas de todo aquello contra lo que teóricamente se levantaba. Aplastó a su pueblo y el pueblo les recompensó con un odio eterno, exacerbado. El Museo de los Horrores de Budapest, con su homenaje a los mártires que se levantaron (y sucumbieron) contra los rusos en 1956; el propio Museo del Comunismo de Praga (cuyo cartel es una muñeca rusa con unos demoniacos dientes afilados); el monumento a las víctimas del comunismo, también en la capital checa, con las estatuas repetidas de un mismo individuo que se va fragmentando progresivamente hasta no ser nada; el museo Checkpoint Charlie de Berlín, donde se documenta profusamente la historia del Muro y los testimonios de la gente que quiso pasar al otro lado... son pruebas muy nítidas del sufrimiento de una gente aplastada, de un gran absurdo recordado con un lógico resentimiento.
Ahora que se habla del Fin de la Historia y ese tipo de cosas (en realidad, en esta época posmoderna ya se ha hablado del Fin de todo), sorprende ver también cómo, aún a menos de 20 años de la caída del telón de acero, cuesta pararse a ver todo eso con perspectiva. El triunfal aterrizaje del Gran Capital en los países del Este ha llevado consigo una frivolización de la Historia y una imposición, aparentemente más sutil, muchísimo más cómoda para la gente, de la sociedad del espectáculo. Aquellos sagrados símbolos de antaño se convierten ahora en souvenirs, se despojan de su carácter inicial para volverse objetos pop-art: bustos de Stalin que son cerillas, salas de interrogatorio de la Stasi reconvertidas en pubs, banderas de la DDR estampadas en camisetas... y, recién cruzada la puerta de Brandemburgo hacia Berlín Este, un Starbucks. En la antaño desértica Postdamer Platz, un enorme complejo de edificios ultramodernos esconden un mega-centro comercial con los mismos establecimientos que puedes ver en Nueva York, Londres, Tokio o Madrid. A sólo unos metros de su entrada, en una bonita zona verde, una pareja joven se sienta al sol, con sus bicis al lado. Es verano y las preocupaciones, por unos días, se pueden quedar atrás.
Canción del día: "Don't Do Anything" (Sam Phillips)
Frase del día: "Dostoievski es revolucionario porque el fracaso de sus héroes supone una crítica al orden oficial del universo" (Umberto Eco)