Aunque la vi en el pase del jueves, he querido esperar unos pocos días para dejar que mis sensaciones tuviesen algo de poso y poder escribir sobre la peli sin el punto obnubilado con el que me quedé en primera instancia.
Para empezar, "En la ciudad de Sylvia" es una película muy radical. Sólo hay un diálogo y la sinopsis oficial es la siguiente: "Un chico,en una ciudad, mira a una chica. Después mira a otra". En realidad, hay más cosas. Especialmente una persecución que supone el único punto de fuga con respecto a la temática principal y que marca el punto de unión con respecto a la mayor influencia de la peli: Alfred Hitchcock. Eso sí, tomado desde el punto de vista de la obsesión voyeurista y no del suspense (que lo hay, pero no precisamente desde la óptica trepidante y espectacular del británico). Otra cosa llamativa es el sutilísimo sentido del humor en algunas escenas, que sería propio de Jaques Tati, o incluso cosas que me podrían recordar a un Eric Rohmer sin diálogos.
Pero no nos perdamos en esto. Percibo que al sector de la crítica que más ha alabado la peli ha sido por esas connotaciones metacinematográficas que tanto les suelen gustar a los críticos (no sólo por las referencias a otros autores, sino por la metaforización del sujeto observante como el director/ artista/ cámara/ espectador o por la figura del tranvía como objeto en movimiento que representa la fugacidad de la vida, o algo así). Me da, de hecho, la impresión de que Guerin sólo buscaba eso: un mero juego estético con esos referentes más bien cerebrales, que funcionase como extensión de su proyecto fotográfico "Las mujeres que no conocemos".
Si sólo por eso fuera, la película se quedaría en, simplemente, otro muermo pretencioso e irritante. Y lo que la hace grande, magistral, es que no se queda en eso. A ver cómo lo explico. Atención, que voy a destripar muchas cosas. El protagonista principal, una especie de dibujante bohemio de paso por una ciudad que no es la suya (Estrasburgo, para quien le interese) se sienta en una terraza. Sabe elegir dónde: ni más ni menos que el café compartido por el conservatorio y el centro de arte dramático. Allí se sienta, mira y dibuja. Ante sus ojos se sucede una deslumbrante sinfonía de rostros, gestos, miradas, movimientos y diálogos no escuchados. El misterio de mujeres desconocidas e inahaprensibles cuya presencia fugaz en la vida del sujeto observante sólo podrá ser retenida en el tiempo si él las dibuja en su cuaderno. Pero, ojo: la selección no es casual. Es premeditada e inteligente: él está en un sitio en el que, mayormente, verá a mujeres jóvenes, guapas, cultas y probablemente interesantes. Vamos, que se sitúa justo donde me situaría yo :-) Y, otra más: está en una ciudad, como decía, que no es la suya, con lo cual no hay riesgo de que se encuentre con alguien previamente conocido. Todos los rostros son nuevos, los está contemplando por primera vez.
De repente, en un juego de reflejos en un cristal, los rostros de todas esas mujeres se difuminan ante la fantasmagófica presencia de otro que brilla entre todos los demás. Pilar López de Ayala aparece como una epifanía, al protagonista le da el arrebato místico y decide perseguirla. La persigue por toda la ciudad (andando, no corriendo, y esto es importante) en un largo y hermosísimo plano-secuencia en el que los protagonistas son acompañados, involuntaria pero inevitablemente, por toda una coreografía de viandantes y una banda sonora exclusiva -pero genialmente- formada por el sonido ambiente.
El punto de inflexión llega en el encuentro en el tranvía entre los dos personajes. Es el único momento en que se quiebra el prisma principal de la película: el chico como yo observador y las chicas como sujetos observados. El sujeto observado, por primera vez, expresa su punto de vista (en un francés, opinión personal, que le hace multiplicar su encanto): ríe, sí, se sorprende ante el atrevimiento del perseguidor y, en cierto modo, muestra su halago pero, al mismo tiempo, le recrimina: "Es muy, muy desagradable perseguir a una chica así por la calle". Tras el silencio incómodo, la puntilla: "Me bajo en la próxima. No se te ocurra bajarte a ti también", y se despide dulcemente.
La película continúa luego, pero ésta especie de desenlace fatal colocado en mitad del metraje, me resulta una de las escenas existencialistas más lúcidas jamás vistas en un cine (aunque, persisto, puede que Guerin ni se lo hubiese planteado). El artista-sujeto observante decide, en un momento de arrebato, cambiar su posición. En lugar de asumir que nunca podrá penetrar (tómese en el sentido más amplio del término) en el misterio de esas mujeres, saber cómo se llaman o cómo viven, mucho menos llegar a formar parte de su vida, decide romper con esa distancia, elige a una mujer y la busca. Pero su estrategia para que ella deje de ser para él un simple bello sujeto fugaz y anónimo (para quien inventa un nombre figurado, Sylvia) es errónea. En realidad, no sabemos lo que pretende: si llevársela a la cama, simplemente conocerla y entablar conversación con ella, darse a conocer o incluso si realmente la confunde con otra Sylvia que conoció en otro tiempo. Pero el caso es que fracasa y se ve condenado a asumir esa impotencia, esa posibilidad de que sus vidas convergan. Esa posibilidad, siquiera, de saber cuál es su verdadero nombre. Asumir la condena de no poder romper la distancia observado-observador.
Dos cosas más. La primera, que esa reflexión pesimista se rompe cuando luego se va a un pub por la noche y consigue ligar con otra chica guapísima (aunque borracha). Esto no sé muy bien cómo interpretarlo aunque, añado, nunca una canción de Migala me emocionó tanto como la que suena en ese garito. La segunda: hasta ahora, todo lo que cuento de la película es desde la perspectiva masculina, de sujeto que observa y se maravilla ante el misterio femenino, lo inalcanzable y tal, desde una perspectiva claramente voyeurista. Como decía antes, la mujer sólo tiene voz, y punto de vista, en el encuentro del tranvía. Y es bastante revelador también: el sujeto observado se incomoda. Sobre todo, cuando es perseguido. Si, desde mi punto de vista, el comportamiento del chico es lógico, comprensible, tierno (y, de hecho, es probablemente el que asumiría yo en la misma situación), desde el punto de vista femenino podría ser cuestionable: ser objeto de deseo (aunque sólo sea visual) por parte de un hombre desconocido, más que bello o tierno, puede llegar a resultar... peligroso. ¿Es el protagonista un romántico desamparado, un "soñador de mujeres", como le ha definido Guerin; es un oportunista, es un pícaro entrañable, o es un perturbado?
Aquí está el conflicto. Y explicado con lo mínimo: apenas palabras, sólo una coreografía de gestos y movimientos. Cine en estado puro. Obra maestra.
Canción del día: "Space" (Minilogue)
Frase del día: "La historia de la belleza es la historia de la idealización, que, a su vez, es parte de la historia de la consolación" (Susan Sontag)