"En la ciudad de Sylvia", de José Luis Guerin. Elogio de la contemplación a la mujer desconocida
Aunque la vi en el pase del jueves, he querido esperar unos pocos días para dejar que mis sensaciones tuviesen algo de poso y poder escribir sobre la peli sin el punto obnubilado con el que me quedé en primera instancia.
Para empezar, "En la ciudad de Sylvia" es una película muy radical. Sólo hay un diálogo y la sinopsis oficial es la siguiente: "Un chico,en una ciudad, mira a una chica. Después mira a otra". En realidad, hay más cosas. Especialmente una persecución que supone el único punto de fuga con respecto a la temática principal y que marca el punto de unión con respecto a la mayor influencia de la peli: Alfred Hitchcock. Eso sí, tomado desde el punto de vista de la obsesión voyeurista y no del suspense (que lo hay, pero no precisamente desde la óptica trepidante y espectacular del británico). Otra cosa llamativa es el sutilísimo sentido del humor en algunas escenas, que sería propio de Jaques Tati, o incluso cosas que me podrían recordar a un Eric Rohmer sin diálogos.
Pero no nos perdamos en esto. Percibo que al sector de la crítica que más ha alabado la peli ha sido por esas connotaciones metacinematográficas que tanto les suelen gustar a los críticos (no sólo por las referencias a otros autores, sino por la metaforización del sujeto observante como el director/ artista/ cámara/ espectador o por la figura del tranvía como objeto en movimiento que representa la fugacidad de la vida, o algo así). Me da, de hecho, la impresión de que Guerin sólo buscaba eso: un mero juego estético con esos referentes más bien cerebrales, que funcionase como extensión de su proyecto fotográfico "Las mujeres que no conocemos".
Si sólo por eso fuera, la película se quedaría en, simplemente, otro muermo pretencioso e irritante. Y lo que la hace grande, magistral, es que no se queda en eso. A ver cómo lo explico. Atención, que voy a destripar muchas cosas. El protagonista principal, una especie de dibujante bohemio de paso por una ciudad que no es la suya (Estrasburgo, para quien le interese) se sienta en una terraza. Sabe elegir dónde: ni más ni menos que el café compartido por el conservatorio y el centro de arte dramático. Allí se sienta, mira y dibuja. Ante sus ojos se sucede una deslumbrante sinfonía de rostros, gestos, miradas, movimientos y diálogos no escuchados. El misterio de mujeres desconocidas e inahaprensibles cuya presencia fugaz en la vida del sujeto observante sólo podrá ser retenida en el tiempo si él las dibuja en su cuaderno. Pero, ojo: la selección no es casual. Es premeditada e inteligente: él está en un sitio en el que, mayormente, verá a mujeres jóvenes, guapas, cultas y probablemente interesantes. Vamos, que se sitúa justo donde me situaría yo :-) Y, otra más: está en una ciudad, como decía, que no es la suya, con lo cual no hay riesgo de que se encuentre con alguien previamente conocido. Todos los rostros son nuevos, los está contemplando por primera vez.
De repente, en un juego de reflejos en un cristal, los rostros de todas esas mujeres se difuminan ante la fantasmagófica presencia de otro que brilla entre todos los demás. Pilar López de Ayala aparece como una epifanía, al protagonista le da el arrebato místico y decide perseguirla. La persigue por toda la ciudad (andando, no corriendo, y esto es importante) en un largo y hermosísimo plano-secuencia en el que los protagonistas son acompañados, involuntaria pero inevitablemente, por toda una coreografía de viandantes y una banda sonora exclusiva -pero genialmente- formada por el sonido ambiente.
El punto de inflexión llega en el encuentro en el tranvía entre los dos personajes. Es el único momento en que se quiebra el prisma principal de la película: el chico como yo observador y las chicas como sujetos observados. El sujeto observado, por primera vez, expresa su punto de vista (en un francés, opinión personal, que le hace multiplicar su encanto): ríe, sí, se sorprende ante el atrevimiento del perseguidor y, en cierto modo, muestra su halago pero, al mismo tiempo, le recrimina: "Es muy, muy desagradable perseguir a una chica así por la calle". Tras el silencio incómodo, la puntilla: "Me bajo en la próxima. No se te ocurra bajarte a ti también", y se despide dulcemente.
La película continúa luego, pero ésta especie de desenlace fatal colocado en mitad del metraje, me resulta una de las escenas existencialistas más lúcidas jamás vistas en un cine (aunque, persisto, puede que Guerin ni se lo hubiese planteado). El artista-sujeto observante decide, en un momento de arrebato, cambiar su posición. En lugar de asumir que nunca podrá penetrar (tómese en el sentido más amplio del término) en el misterio de esas mujeres, saber cómo se llaman o cómo viven, mucho menos llegar a formar parte de su vida, decide romper con esa distancia, elige a una mujer y la busca. Pero su estrategia para que ella deje de ser para él un simple bello sujeto fugaz y anónimo (para quien inventa un nombre figurado, Sylvia) es errónea. En realidad, no sabemos lo que pretende: si llevársela a la cama, simplemente conocerla y entablar conversación con ella, darse a conocer o incluso si realmente la confunde con otra Sylvia que conoció en otro tiempo. Pero el caso es que fracasa y se ve condenado a asumir esa impotencia, esa posibilidad de que sus vidas convergan. Esa posibilidad, siquiera, de saber cuál es su verdadero nombre. Asumir la condena de no poder romper la distancia observado-observador.
Dos cosas más. La primera, que esa reflexión pesimista se rompe cuando luego se va a un pub por la noche y consigue ligar con otra chica guapísima (aunque borracha). Esto no sé muy bien cómo interpretarlo aunque, añado, nunca una canción de Migala me emocionó tanto como la que suena en ese garito. La segunda: hasta ahora, todo lo que cuento de la película es desde la perspectiva masculina, de sujeto que observa y se maravilla ante el misterio femenino, lo inalcanzable y tal, desde una perspectiva claramente voyeurista. Como decía antes, la mujer sólo tiene voz, y punto de vista, en el encuentro del tranvía. Y es bastante revelador también: el sujeto observado se incomoda. Sobre todo, cuando es perseguido. Si, desde mi punto de vista, el comportamiento del chico es lógico, comprensible, tierno (y, de hecho, es probablemente el que asumiría yo en la misma situación), desde el punto de vista femenino podría ser cuestionable: ser objeto de deseo (aunque sólo sea visual) por parte de un hombre desconocido, más que bello o tierno, puede llegar a resultar... peligroso. ¿Es el protagonista un romántico desamparado, un "soñador de mujeres", como le ha definido Guerin; es un oportunista, es un pícaro entrañable, o es un perturbado?
Aquí está el conflicto. Y explicado con lo mínimo: apenas palabras, sólo una coreografía de gestos y movimientos. Cine en estado puro. Obra maestra.
Canción del día: "Space" (Minilogue)
Frase del día: "La historia de la belleza es la historia de la idealización, que, a su vez, es parte de la historia de la consolación" (Susan Sontag)
14 Comments:
Una puntualización "técnica": un "sujeto observado" por otro sujeto, en la medida en la que sea tan sólo observado, no pasa de ser un objeto-para-ese-sujeto. Es un punto de vista, desde luego, pero, ¿qué alcance tiene?
No tengo nada en contra de la contemplación, y menos de la "mujer", pero, ya que estamos en este contexto, me parece que un factor importante que contribuye a enmarañar aun más el diálogo de besugos de la sempiterna "guerra de sexos" que nos atribula tiempo ha, es éste, creo yo, de la excesiva recreación en el "objeto" de nuestros deseos, como tal -sector masculino, principalmente, aunque no sólo. Las personas -parece tonto decirlo- no son meros objetos de nuestros deseos, aunque solemos olvidarlo a menudo, sobre todo cuando las sublimamos "inocentemente" en la contemplación idealizada. Es fácil obnubilarse con el propio deseo, y no ver más allá. Por más poesía que le pongamos. De hecho, es lo que los hombres llevan haciendo con las mujeres durante siglos.
Excelente crítica.
Lo siento David, pero este post no lo leo que quiero llegar al cine sabiendo lo menos posible.
Gran mujer Susan Sontag, sí señor!
Hola, Bruno, gracias. Esperaba ese comentario por tu parte (te tengo calao, ja), pero me he quedado con una duda: ¿es un comentario al post o has visto también la peli?
Sigo esperando alguna opinión femenina que arroje un poco más de luz sobre estos asuntos.
Prometo opinión en cuanto la vea. Pero no quiero leer el post por si tiene spoilers y porque no me gusta ir condicionada al cine. Manías...
No lo decía por ti, Krach, ni te obligo a leer el post (que, efectivamente, le va a joder la peli a quien no la haya visto, no he podido evitarlo esta vez). Me refería a alguien que haya visto la peli (y no se haya aburrido, que ya conozco un caso, jaja).
Comentario al post. No he visto la peli, aunque he leído varias críticas y también alguna entrevista con Guerín y Pilar, así que, entre una cosa y otra, me he hecho una idea aproximada.
En fin, mi punto de vista es ése, que a ti ya no te puede sorprender. Aunque me gustaría matizar que no tengo nada en contra de un "voyeurismo", digamos, casual, adolescente, "tierno", inocente, etc. No soy partidario, en cambio, de su sublimación apologética, que ya me parece otra cosa. Y si no que se lo pregunten a la "mujer objeto", que debe ser pariente próxima de la "desconocida"...
Saludos, David.
Al hilo de todo esto, acabo de encontrar la siguiente declaración de Guerin:
"Sí, es una mirada masculina. Incluso la noción de la mujer es más una idea. El único nombre que existe es el de alguien que no aparece nunca. Queda, por tanto, como un ideal. Es una mujer que no se puede encarnar, porque simplemente sería decepcionante. Es un mito gestado en la cultura masculina: Petrarca, Dante... pero las mujeres miran muy bien y está el proceso de empatía. Somos muy parecidos".
Ya, lo que me temía. Cuanto más se idealiza algo, más se le suprimen sus características particulares. Así, insisto, me parece a mí, muchos hombres -pero no sólo- tratan más con "ideas" pre y auto concebidas, que con personas reales y concretas.
Y luego pasa lo que pasa...
Sí, esto lo podemos extrapolar al cine "de ideas", que (e, incluso en el caso de la supuestamente más terrenal "En construcción") es el que hace Guerin, y supongo que así es como hay que verlo y evaluarlo. Y disfrutarlo.
Otra cosa es que cuando sales del cine y te encuentres con la vida normal vayas por ahí idealizándolo todo pero, claro, eso es como pensar que si sales de ver "Supermán 5" te vas a tirar por la ventana o que si sales de ver "La jungla 4" te vas a comportar como un túzaro.
Y, también es cierto (o, al menos, yo lo percibo) que la peli explica bastante lúcidamente como toda esa idealización deviene en incomunicación y en una distancia insalvable.
Sí, o como si piensas que después de ver Top Gun se produjo un "éxito completo de reclutamiento para la Armada y la Fuerza Aérea de los Estados Unidos" (Wikipedia).
Bien por Guerín si mantiene esa lucidez que dices. De la crítica que me leí en El País se desprendía justo lo contrario.
Y no somos tan parecidos.
Jajajajaja, ahí me has dao, con lo de "Top Gun".
Pues nada, tíos, no vayáis a ver "En la ciudad de Sylvia", no sea que os convirtais en unos maltratadores :-)
Más que en maltratadores, en amantes plastas, que es mucho peor ;P
Debo de ir contracorriente pero pese a haber leído tu comentario "deatallado" sobre la peícula es ahora cuando me apetece aún más mirarla, observarla.. como el protagonista. En la ciudad de Sylvia es uno de esos tranvias que había dejado escapar y que tenía pendiente y hoy a al leer tus comentarios creo que he vuelto a necesitar tomar el tre. En cualquier caso mi relación con el cine de Guerín siempre ha sido muy curiosa desde Inisfree...me llevó incluso a buscar un lugar inexistente.
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