¡Jo, qué noche! (After Hours)
El encuentro con M.C. se hizo esperar. Una llamada a mi móvil me informó de que la primera convocatoria se retrasaba desde las 7 de la tarde hasta medianoche. A esa hora, con el compañero de Shangay también esperando cansado y ojeroso a que nos hiciesen la entrevista, nos aburrimos en unos estudios fotográficos tipo loft y super molones en el barrio de Chelsea mientras la cantante se hacía una laaaaarga sesión de fotos para la revista I-D. En algún momento, la pudimos ver de refilón con un mini-perrito en brazos y sosteniendo una copa de vino blanco. La noche se alargó y se alargó hasta que llegó la noticia que todos nos temíamos: Mariah estaba cansada y tenía que aplazar las entrevistas. Pasadas las 2 de la madrugada -o quizá eran las 3-, mientras volvíamos en un taxi amarillo pasamos justo por delante del Chelsea Hotel.
Taxi Driver
A la salida del aeropuerto de Newark (sí, pisé el suelo de New Jersey, ya soy un fan del Boss privilegiado) y con la cara aún amarilla después del interrogatorio del tipo de inmigración -ahí no hay poli bueno ni aunque digas que vienes de vacaciones y te vas a dejar tu dinero ahí-, me esperaba un chófer con coche a la salida que me conduciría al hotel. Entablamos diálogo durante el recorrido: me contó en un curioso Spanglish que era colombiano pero que vivía en NY desde pequeño, hablamos de música, me puso un tema de funk-rock a todo trapo mientras él iba presentando todos los instrumentos y hacía el "air de todo" ("Mira, las congas, guitarra, ahora saxo, uh-uuuuuh"). "Ésta se la puse un día a Lenny Kravitz y alucinó, brother". "Ah, ¿sueles trabajar con músicos?", le dije. "Bueno, más con gente del deporte, pero algunos sí. Mira, a ese local que ves ahí llevé un día a Liam Gallagher, un tipo bien majo".
Nos adentramos en el Soho. "Aquí hace unos años vivían todos los artistas y tenían sus estudios, ahora ya no pueden porque es mucho más caro". "¿La Factory de Andy Warhol?", le pregunté yo ignorando si estaba en el Soho o en otra parte. "Sí, Andy Warhol y toda aquella gente", respondió sin darme más pistas.
"Por cierto -prosiguió-, por aquí cerca está lo que era el CBGB, ¿te suena de algo?". "Claro", respondí. "Pues, mira, nos tenemos que desviar un poco pero te voy a llevar para que lo veas". Vaya decepción lo que queda del CBGB. Típico local en reforma a punto de convertirse en otra cosa. "Era un sitio bien pequeño -me relató-, la gente siempre se sentía decepcionada porque esperaba algo más espectacular, pero aquello fue muy bueno, brother. Ahí tocó todo el mundo: The Ramones, The Clash, La Policía (se referia a Police)..., pero a mí no me gustaba el punk, nunca me puse imperdibles ni cosas en la cara, aunque era lo que estaba de moda entonces. Yo nunca fui "monkey say, monkey do", yo era más de rock clásico: Led Zeppelin, Las Águilas (se refería a Eagles). Íbamos mucho de jóvenes por el CBGB y esos sitios no por la música sino por las chicas. Las punks eran más fáciles".
Al despedirnos, me preguntó: "¿Y cuánto tiempo te quedas en Nueva York? ¿Qué? ¿Sólo tres días? ¡Brother, pero eso es una locura! ¡Te vas a perder muchas cosas! Es una pena que no te quedes el fin de semana, porque yo trabajo, pero sino te invitaba a comer en mi casa con mi familia y luego te llevaba por ahí de marcha". Bueno, no creo que dijera exactamente el término "de marcha" pero era el equivalente a lo que quería decir. Me recordó mucho a mi cuñado.
Malas calles
Es cierto lo que dicen de Nueva York y el anonimato. Todo el mundo va a su puta bola pero la sensación general es agradable. Nueva York es exactamente igual que en las películas: los edificios de ladrillo rojo con las escaleras de incendios por fuera, los taxis amarillos, el humo en las calles, los barrios étnicos que se convierten en otra ciudad, el glamour y las luces de Broadway y la Quinta Avenida, la pista de hielo del Rockefeller Center, la fachada de Tiffany's, el Empire State... y, pese a su tamaño, es facilísimo orientarse.
Subí a lo alto del Empire y ahí lo entendí todo, los fundamentos de la civilización occidental del siglo XX. Abajo, neón y rascacielos. Al fondo, el islote con la Estatua de la Libertad y, detrás, la Isla de Ellis. Si te fijabas bien, veías el boquete de la zona cero. Abajo, en Times Square, una oficina de reclutamiento del ejército justo al lado del Hard Rock Café. Y, a unas millas, los edificios de Wall Street apabullándote de modo kafkiano en una calle en sombra perenne. El espectáculo, las finanzas y el poder militar elocuentemente unidos como santísima trinidad del dominio capitalista y, como anexo en sendos islotes, el lugar en el que se controlaba a las oleadas de inmigrantes junto al símbolo de la libertad. Todo encajaba ahora.
New York, New York
La segunda cita fue la buena. Me convocaron en los estudios de la CBS, donde M.C. estaba grabando un especial de televisión. La espera volvió a ser larga, esta vez en un cuartucho donde un montón de gente de la tele iba de un lado hacia otro haciendo no se qué. Me familiaricé con las caras de parte del séquito de M.C.: un tipo negro y musculoso de gafas con pinta de gay, otro negrote más campechano que se hacía llamar Miguel pero no hablaba español, una oriental (maquilladora) permanentemente sonriente y otra chica de origen incierto -su acento no era yanqui- de pómulos y ojeras prominentes que no paraba de colocar vestidos en maletas y moverlas de uno a otro sitio con cara 'agobio pero calma'. De haber tenido un poco más de tiempo, una situación más confortable y no tener una entrevista pendiente que se tambaleaba en el aire, le habría entrado en plan: "así que a ti te explota Mariah Carey".
Después de que la persona de promo entrase y saliese varias veces de una sala, se me acercó sonriente, me cogió de las manos y me dijo: "Dice Mariah si te importaría hacerle la entrevista en la limusina mientras se va a una cena". Mi respuesta os la podéis imaginar. Minutos después, la diva, con gafas de sol, un vestido negro escotado y copa de vino blanco en mano, me vino a saludar. "Como disculpa por haberte hecho esperar tanto, ¿aceptarías que te invite a una copa de este vino?", me dijo. Los que me conocéis ya sabéis la respuesta.
Uno de los nuestros (Goodfellas)
El chófer se llamaba Sal y se parecía a Joe Pesci. Pocas bromitas con él, pues. En la parte de atrás de la limusina, M.C. y yo comenzamos brindando (ella por el éxito de la actuación que acababa de tener en la tele, supongo, y yo por lo graciosa que me estaba pareciendo la situación). Se ofreció a sostener la grabadora con sus manos mientras yo le iba haciendo las preguntas: al principio, unas cuantas sobre la fama y lo duro de ser una estrella pop para ir rompiendo el hielo; luego, otras profundizando en su nuevo disco y en su momento actual y, finalmente, cosas más generales sobre su trayectoria y su filosofía. Ella estuvo muy maja y entró bien al trapo de todo. Llevaba ya una chaqueta blanca por encima del vestido escotado. Y, sí, es grandota: bastante alta y corpulenta. Para mi gusto, no era atractiva (nunca lo ha sido). El coche olía a fragancia M (la que ella ha colocado en el mercado hace un tiempo). La misma fragancia con la que me roció la chica de promo minutos antes de la entrevista porque ambos habíamos llegado a la convención de que daría suerte. Al parecer, con el compañero de Shangay había funcionado unas horas antes.
La limusina se paró delante del destino misterioso al que nos encaminábamos. Las ventanas estaban cubiertas por cortinas y no se divisaba el exterior. Sal paró el coche y salió mientras terminábamos la entrevista. Cuando acabó de contestar a mi última pregunta, nos dimos las manos empañadas en M cordialmente. "Disfruta Nueva York, ¿cuándo volveras?", me dijo ella. "Gustosamente cuando alguien me vuelva a invitar", repliqué. Pero algo falló en el guión, hasta entonces perfecto. Sal había dejado el seguro de las puertas puesto y no podía salir. M.C., con la copa de vino ya acabada, empezó a llamar a Sal a gritos y a petar en las ventanas sin darse cuenta de que él no nos podía oir. Tras tocar todos los botones de la limusina, ver el cielo de Nueva York cuando se abría la capota y comprobar todas las funciones del coche fantástico excepto la de abrir las puertas, Sal regresó por fin con cara de "jefa, no me diga que se ha enfadado". "¡Nos has dejado encerrados, Sal!", le inquirió ella dictatorial. "Sólo quería dejaros un poco de intimidad para la entrevista", contestó él arrugado.
Volví a despedirme de M.C. Salí del vehículo y le di la mano a Sal. "Muchas gracias, Sal", le dije en tono de solidaridad obrera. Me recordaba más a mi cuñado que a Joe Pesci. De repente, me encontré con la libertad de la misión cumplida en las calles vacías de la Gran Manzana. En un lugar incierto. Serían las 9 ó 10 de la noche.
La última noche
Si me permiten, cambio a Scorsese por Spike Lee para el capítulo final. ¿Sabían que el padre de Spike Lee tocó con Bob Dylan mucho tiempo? Probablemente lo habrían hecho por las mismas calles por las que estaba caminando en aquel momento. ¿Les he dicho que en Nueva York es facilísimo orientarse? En seguida adiviné el lugar del West Village en el que estaba y tenía claro -una vez que la opción 'chica del séquito de ojeras y pómulos prominentes' se había esfumado, como toda buena fantasía de cinco minutos en situación de estrés- cómo quería acabar la noche.
Empecé a caminar por el Greenwich Village imaginando en el aire las notas de aquellos viejos trovadores del folk, casas en las que podría haber estado Dylan escuchando discos de Alan Lomax o locales en los que una adolescente Suzanne Vega habría rasgado tímida su guitarra. El Village, caracterizado por sus bolsas negras de basura tiradas en la acera, rompía con la lógica de la ciudad. También con la lógica orientativa. Me perdí y di unas cuantas vueltas de más hasta que enfilé mi ruta: algunas calles de Little Italy, algunas calles de las estribaciones de Chinatown y, finalmente, el East Village. Volví a toparme con la placa de la Joey Ramone Place. Beat on the brat, beat on the brat, beat on the brat with the baseball bat. Ya estaba en la puerta del Bowery Poetry Club. Entraba en un mundo desconocido. Una pinta de cerveza, por favor. Me senté y saqué la libreta por lo que hubiera que contar en un probable Gueto Inocuo. ¿Y si ahora me apuntara en la lista y saliera al escenario a contar mi experiencia neoyorquina en mi inglés macarrónico ("Acabo de salir de una limusina en la que acabo de estar con Mariah Carey", y tal")? A buen seguro, los antifolkis presentes habrían flipado con mi inventiva, ignorando que la realidad es, a menudo, mucho más sorprendente y divertida. Pero, finalmente, no lo hice.
La Edad de la Inocencia (Muchachada Version)
Mariah, yo sigo siendo aquel niño del Castrillón que salió con una maleta cargada de sueños y bla, bla, bla.
Canción del día: "Unravel-Pocket Mix" (Radiohead)
Frase del día: "He visto tres veces a habitantes de otros planetas" (Robbie Williams)