Crónicas de la Edad de Plata (VI)
A la hora de plantearme este texto, se me había ocurrido divagar sobre temas tan en boga en los círculos de treintañeros y cuarentones pseudoalternativos en los que me muevo como la paternidad, los patrocinios y la patria. Quizás porque todo eso se me viene grande o porque quiero mantenerme en el cinismo (¡trolls a mí!) de crearme cierta ilusión de lo ácrata. El caso es que, pensándolo bien, esas tres P vendrían como anillo al dedo para referirse a la gira ideada por el colectivo semianónimo Todos Nosotros (un saludo, buena gente) con tres semidioses –y padres-, cada uno a su manera, del definámoslo como “indie patrio” (utilizo por primera vez este término que tanto repelús me da, porque me pega con el planteamiento del texto), y bajo el patrocinio de una conocida marca gallega de cervezas. Todo venía a ser perfectamente uno y trino. Y, además, los tres tienen barba.
Lo de las patrias venía también a huevo, en el caso de David Rodríguez y Fernando Alfaro, por el oportuno disco recién editado de Junco y Diamante, dedicado a las comarcas catalanas, que en realidad es un proyecto de David y Joe Crepúsculo pero en el que Fernando es el único que canta un tema que no se dedica a ninguna comarca en concreto, sino a “El cielo catalán”, así en general, y que viene a decir que uno no es de donde nace ni de donde pace, sino de donde es amado. Y también hay una obsesión que tengo desde hace ya mucho tiempo, que viene a decir que, desde que los Dioses de la generación indie se han hecho padres, ya han perdido su deseo de matar al padre. Me explico, intentando explicar que, por generación indie “de aquí”, entiendo a aquella que se empezó a hacer ver en giras como el Noise Pop Tour ’92 (donde David Rodríguez estuvo presente con Bach Is Dead) o el Alternative Tour ’93 (donde Fernando Alfaro estuvo con Surfin’ Bichos aunque, sin él saberlo todavía, más cerca del final de su carrera que del principio). En aquellos grupos, muchos de los cuales cantaban en un inglés dadaísta sepultado por mares de ruido, había un propósito de reaccionar contra las alternatividades hegemónicas previas, esto es: la Movida y sus residuos, que a finales de los 80 y primeros noventa ya eran el puto mainstream, y quienes cerraban la puerta a cualquier innovación que pudiera venir por detrás. Los más atrevidos del mundo mercadotécnico encontraron filón (refrescos y tal) y empezaron a patrocinar a algunos grupos de estos, cambiando ligeramente el reparto de la tarta, lo cual empezó a producir respuestas más o menos airadas por parte de quienes la querían toda para sí mismos. Así que aquí podemos encontrar el origen remoto del concepto “El indie es el nuevo mainstream”.
Muy remoto, de hecho. En dos décadas da tiempo a que sucedan muchas cosas, aunque en realidad no hayan sucedido tantas. Pero yo me quedaré con una: el momento en que no sólo matar al padre dejó de ser lo guay, sino que lo más guay empezó a ser el escuchar, y hacer, la música que escuchaban tus padres. De despreciar a la Movida, los grupos empezaron a mezclarse al ver que, en realidad, tenían bastantes cosas en común. Hay una transición gradual entre considerar comúnmente a Loquillo como el enemigo y acabar haciéndole homenaje indie en el Sonorama, que pasaría, por ejemplo, por ver antes a Los Planetas tocando en el Actual con José María Granados, o a Aviador Dro grabando con La Monja Enana y L-Kan. Pero esa es otra cosa que se nos va por otros derroteros. En realidad, culpo de no querer matar al padre a Nacho Vegas circa 1999 (más o menos, época en que, paradójicamente, compone un tema sobre el suicidio de su padre, “El Ángel Simón”). Refresco (splaaaashhhhh) la memoria para los más jóvenes: a finales de los 90, Nachín, entonces guitarrista de Manta Ray, decide abandonar ese proyecto de rock ruidista de vanguardia, primero en inglés y luego en castellano, y se mete en un proyecto de neofolk en asturiano, Diariu, y luego se pone a tocar canción de autor en los bares de Xixón con cascabeles en las botas. El público del Xixón Sound empieza a decir: “¿Éste de qué va, de Víctor Jara?”. A partir de 2001, con “Actos inexplicables” elegido mejor disco del año en Rockdelux, ese será el nuevo modelo hegemónico: Víctor Jara. O no. Más bien Serrat. A lo largo de la primera década de los 2000 veremos como un acto inexplicable cada vez más generalizado, que ex componentes (guitarristas, sobre todo, y también bajistas) de grupos procedentes del noise o el hardcore, se lanzaban a la canción de autor en sus lenguas vernáculas, con la música de sus padres como influencia a esgrimir, y Serrat como nuevo Dios generacional –bueno, vale, con Cohen y Dylan a su lado-, absolutamente consensuado, por encima de Sonic Youth o Joy Division. Algo a lo que el impacto fashion del nuevo folk (freak o no) también contribuyó a normalizar.
De repente, era como si la facción más influyente del Indie Patrio y el Grupo Progre hubiesen pasado a ser la misma cosa. Recientemente, en una entrevista de Loquillo a Miguel Ríos para Rolling Stone, éste último le contaba, parece que sin que su lunar temblase lo más mínimo, que cuando en 1983, el entonces crítico musical de El País criticó que su gira estuviese patrocinada por una marca de refrescos -creo que la misma, por cierto, que haría el anuncio del "Chup Chup" diez años después-, descolgó el teléfono y llamó a Juan Luis Cebrián para pedir la cabeza del crítico porque “no tenía ni puta idea”. Desconozco ahora mismo si esa cabeza rodó entonces, pero la que sí rodó, dos décadas después, fue la de otro crítico del mismo diario que osó escribir una crítica no laudatoria de un concierto de Serrat.
Y, ahora, por fin, volvemos al presente. Concretamente, al Teatro del Arte (¡gran nombre para lo que nos ocupa!), la noche del pasado jueves, donde comienza la gira Veo Monstruos. Esto es: Fernando Alfaro, David Rodríguez y Remate. Cada uno con su barba, su guitarra de palo y sus canciones. En un ambiente parecido al de una velada en un salón de una casa, cada uno cantó sus propias canciones mientras los otros le observaban desde el público y, de vez en cuando, tocaban juntos los tres o dos de ellos. Empieza David y dice que va a tocar una nueva que quería titular como “El entierro de Serrat” pero que un amigo suyo se lo había desaconsejado para que no tuviese problemas legales. Entonces va con la canción, que empieza diciendo que su nombre sabía a hierba pero que la palmó y, repetidamente, que se tiró su último pedo, y entonces hay un entierro multitudinario en el que (va enumerando) aparecen Pujol, y no sé si el presidente del Barça, y otros catalanes ilustres de ahora y de antes, y que alguien les dice que pasen al photocall en orden.
Matar al Padre, decíamos Y, de paso, a la patria y al patrón. Como quien no quiere la cosa, sentado en un sofá bajito y parapetado tras el micro, como un niño travieso de larga barba y pose tímida –que en realidad es padre-, y que en su momento ya había hecho chapitas de Beef con el puño y la rosa. El Dios era Pla (Albert). Con qué más me quedo. Con que alguien dijo en el vestíbulo: “Estos ya no dan problemas, que ahora son todos padres”. Con que Remate me parece un genio, sólo tocó temas en castellano, pero me pone un poco nervioso esa forma de interpretar en la que se le escapan todo tipo de tics nerviosos, como si cada vez estuviese más sobreactuado (o, no sé, como si sus musas cada vez se rebelasen más y se sacudiesen dentro de su cuerpo obligándole a hacer gestos raros). Con que nunca me gustó Alfaro en acústico porque me parecía una traición al Alfaro rabioso y letal y perruzo al que me enganché en 1989, pero que, en realidad, cuando empezó a entonar su primera canción, me pareció poseer un torrente emocional descomunal también desde la más estricta intimidad musical. Que estrenó dos o tres temas nuevos magníficos –uno de ellos con título a no olvidar, “Me hiere, no me hiere”-, que cantó “La soga” como juez que nos está juzgando a todos, empezando por sí mismo, que también cantó "Mis huesos son para ti" de Surfin' Bichos, y que, de todas las versiones mezcladas, la que más me gustó a mí y a la gente con la que hablé fue la de “Odisea de Fuego” (de Remate cantada por Alfaro). Y que, al final, hicieron versiones de temas de Barrio Sésamo, cosa de la que yo no me di cuenta pero ellos lo dijeron.
Estuvo muy bien, oigan. Y ahora me doy cuenta de que por en medio iba a comparar esta gira con otras cosas similares recientes que también resucitan a los padres y reconstruyen la pana que rompió la Movida (los Crosby, Stills, Nash & Young del indie español, El Problema de los Tres Cuerpos), de los conciertos acústicos en salones de casas y del boom de los discos, conciertos, e incluso libros, de indies para niños mientras que los adolescentes (chonis, canis, ninis, botelloneros, jennys, ¡escoria!) se hunden en la más profunda de las incomprensiones… Supongo que hasta que esos niños para los que se han organizado conciertos de The Evens, Billy Bragg, Lisa Germano, La Bien Querida y un largo etcétera, crezcan y entonces se decida que ellos, además de tocapelotas natos y de un problema, son el futuro y que algo habrá que hacer con ello, que por qué coño se les permite ir a los bares y al fútbol, a Eurovegas y a los toros pero no a un concierto de pop-rock. Que llegará un momento, digo, y ahora empiezo ya a incluirme aunque no sea padre de nadie, que habrá que pensar que quiénes pagarán nuestras pensiones culturales, o subculturales. Que si nuestros hijos no nos querrán matar a nosotros, sus padres. Porque, además, ¿quién puede matar a un niño?
“Ponte a salvo, no mires atrás: porque si lo haces te convertirás en estatua de sal”.
“Si alguna vez tuvimos el poder —Dios no lo quiera—, eso se terminó, todo parece arder como Sodoma y Gomorra. Ponte a salvo; no mires atrás”.
“¡Cobardes! ¡Qué poca fe!”
(San Mateo 8, 23-27)
“¿Vienes aquí con los nuestros? Tenemos algún trabajillo. Ya no es lo de antes, pero algo es algo” .(Frase final de "Grupo Salvaje", seguida de carcajadas generalizadas, de los vivos y de los muertos)