"Buscando a Eric", de Ken Loach. Capra en Old Trafford.
Un poco como homenaje a aquello que dijera Eric Cantona en una rueda de prensa sobre las gaviotas que siguen al barco, comenzaré mi reseña con un chiste que leí el otro día en Twitter: "-¿Qué hace un gallego en un estadio vacío a medianoche? -Está viendo el juego de las estrellas".
Bueno, pretendía ser un chiste, pero al final a su autor le salió una figura poética increíble. A mí un estadio vacío a medianoche me recuerda inmediatamente a una secuencia mítica de "En bandeja de plata" de Billy Wilder. Y en un Old Trafford vacío, tumbado en la hierba y contemplando las estrellas del firmamento porque no tiene dinero para pagar una entrada para ver a las estrellas que nos venden los medios me imagino también al protagonista de "Buscando a Eric".
En principio, choca la reivindicación del fútbol que hace un director de militarismo tan claro en favor de la lucha de clases como es Loach. El héroe de la película Eric Cantona, es pintado como un ídolo casi sobrehumano (aunque de forma bastante jocosa, él es el primero en reírse de sí mismo en un papel a medias entre la genuflexión y la caricatura) y prácticamente como un salvador de la clase obrera cuanto todos sabemos en realidad que, en una hipotética lucha de clases, el futbolista de élite sería uno de los principales enemigos a exterminar. Aquí, sin embargo, se evita la referencia a la condición de multimillonario de Cantona y sus sucesores actuales en el Manchester United y se celebra el espectáculo deportivo como opio del pueblo y elemento de cohesión grupal en sentido positivo.
Me hacía mucha más gracia aquella escena de "Kes" donde los chavales se ponían a jugar haciendo que eran el United que esta especie de hagiografía de, vale, un personaje singular pero, finalmente, un héroe-icono con toda la presunta alienación que eso puede provocar sobre "la gente común". Vale que es sintomático que fuese el propio Cantona quien contactó con Loach para darle la idea de la peli (ya es hartamente elocuente que le llamase a él y no a, yo qué sé, Spielberg), que él fue siempre un futbolista contracorriente y que su función en la peli es más que curiosa.
Volviendo a jugar con lo de "el opio del pueblo", Eric Cantona es algo así como un recurso de autoayuda para que el Eric protagonista, un cartero aproximadamente cincuentón lleno de marrones en su vida y con la autoestima por los suelos, se encuentre a sí mismo. Entonces, cada vez que se fuma un canuto, Cantona se le aparece como Humphrey Bogart a Woody Allen en "Sueños de un seductor" (o como un amigo imaginario, tal cual Hobbes lo es para Calvin) y le da consejos filosófico-vitales bastante curiosos.
Quitando esta licencia con la que, por primera vez en su larga trayectoria, Loach suspende el realismo, al final nos encontramos con una comedia moral de buenas intenciones que no aporta nada con respecto a la historia que el británico nos lleva contando una y otra vez (aderezada con una sub-trama de amor que, bueno). Es estimable, una vez más, lo sensible que es Paul Laverty a la hora de detectar la problemática de clase y los símbolos del descontento de hoy en día (marcado aquí por cierta idea del conflicto generacional) y labra una secuencia mítica con una venganza con caretas y bates de beisbol que parece un reverso paródico del vídeo de "Come To Daddy" de Aphex Twin. No obstante, al final nos encontramos con una peli bondadosa y una moraleja clara y meridiana: solo no puedes, con amigos sí.
Canción del día: "That's When I Reach For My Revolver" (Mission Of Burma)
Frase del día: "Quiero ser entendido en Cannes, pero también por mis padres" (Fatih Akin)
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