"Cuscús", de Abdellatif Kechiche. Retrato de anciano inmigrante emprendedor y toda la puta mierda que le rodea.
Hay algo engañoso, inquietante, en la película revelación (cuatro premios César, incluido el de mejor peli y director) del cine francés del pasado año. Tanto su sinopsis como su promoción parecen conducirnos a pensar que se trata de otro de esos drama-comedias sobre integración étnica, girando en torno a algún recurso folklórico (el cuscús, la danza del vientre) y con trasfondo familiar y de problemática social.
En efecto, todo parte de la historia de un sexagenario de ascendencia magrebí, en algún lugar del sur de Francia, que es prejubilado en los astilleros donde trabajaba y tiene alrededor un marrón familiar del copón (hijos numerosos con problemas, dos esposas con su respectiva prole...). El hombre decide entonces, con la gran ayuda de la hija de su actual compañera (una tremenda Hafsia Herzi, justa actriz revelación en los César), montar un restaurante de cuscús en un barco medio derruido. La peli va contando más o menos ese proceso de lucha y superación en algo que parece muy propio de un género últimamente bastante habitual y tramposo: con la coartada progre, se buscan soluciones consensualistas para hacernos creer concienciados y comprometidos y, al tiempo, lavar nuestros pecados, pensar que, finalmente, vivimos en una Europa de ensueño donde podemos convivir integrados pese a todas las dificultades. No hay un trasfondo amable, para nada, en la complejidad de este guión.
El tunecino Kechiche sabe que esto no es así y, es más, creo que utiliza estas constantes temáticas (dice que, en realidad, es una fantasía popular, la clase de historia que gusta contar en los barrios pobres) pero las trata de una forma mucho más arisca. Visual y narrativamente, utiliza los recursos más radicales del cine social: planos de estilo semidocumental, secuencias larguísimas... Dura dos horas y media, pero él opina que debía tomarse su tiempo para acercarse a sus personajes y renunciar al esquematismo de la realidad que propone la acción continua.
Pese a todo, sí es una película con ritmo, y se lo da la frenética música de los instrumentistas que están tocando en el barco. Como si hubiese pensado en la película como en una fase de calma chicha y otra de tormenta, durante aproximadamente la última hora, hora y pico, las imágenes, las situaciones se van sucediendo prácticamente en tiempo real al son de una música continua que nunca para. Su tensión, su velocidad, va subiendo al mismo ritmo que la tensión de la historia. Hasta que...
Canción del día: "Pram Town" (Darren Hayman)
Frase del día: "Bandas como Snow Patrol o Coldplay usan como un vocabulario vernáculo en sus canciones, que han aprendido de otra música rock. Las luces siempre están ardiendo, los corazones son siempre de fuego" (Darren Hayman)
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