¿Declaramos la guerra a Europa?
Observo con cierto estupor las reacciones ante la decisión de la UEFA de clausurar el Vicente Calderón durante varios partidos después de que la policía nacional y los hinchas del Olympique de Marsella acabasen a palos en el último partido de la Champions League. En esta España que se supone invertebrada, balcanizada, rota y, encima, en crisis, todo el mundo, empezando por el presidente Zapatero, clama al cielo como una piña y se raja las vestiduras ante la injusticia cometida por el comité europeo. El ministro de Industria, ante una avalancha de micros y cámaras, declara encolerizado que "es un atraco a mano armada" y que apoya "al Atleti a muerte". En el siguiente plano del telediario, un miembro del PP aparece expesándose en similares términos (y defendiendo la actuación de las fuerzas del orden, quizá por primera vez en la historia de su partido desde que está en la oposición). A continuación, una reportera aborda ¡¡al presidente del Real Madrid!! en las gradas del Master de tenis, quien también muestra su indignación ante la decisión disciplinaria. Por último, y no por ello menos importante, un directivo atlético afirma en rueda de prensa que, aparte de que el altercado fue provocado por los hinchas marselleses, que son unos energúmenos, y que la policía nacional se comportó de forma totalmente correcta, desmiente la acusación de racismo sobre su afición, ya que "los gritos de ¡kun¡ ¡kun! ¡kun! eran mensajes de ánimo (en concreto, al jugador "Kun" Agüero) y no imitaciones de los sonidos que hacen los monos" (posible alusión a que había jugadores de raza no blanca en el equipo francés).
Todo esto, más real que la ficción más satírica, llega pocos días después de que la selección inglesa diga que no quiere jugar en el Santiago Bernabeu contra España por un precedente en el que los hinchas del Madrid profirieron gritos similares que se interpretaron como racistas.
Y exactamente un día después de haber leído el revelador, acojonante y magistral reportaje "La guerra del fútbol", escrito por la mano de Dios: es decir, Ryszard Kapuscinski. El escritor polaco narra el estallido de un conflicto bélico entre Honduras y El Salvador en 1969, después de que sus equipos nacionales se disputasen una plaza para el Mundial de México. En el partido de ida, una multitud rodeó el hotel de Tegucigalpa en el que se hospedaba la selección salvadoreña e hizo todo lo que estaba en sus manos para que no pegaran ojo. Tras la victoria de Honduras por 1 a 0, una muchacha salvadoreña de 18 años cogió la pistola de su padre y se quitó la vida.
Dice Kapuscinski que al entierro de Amelia Bolaños, "una joven que no pudo soportar la humillación a la que fue sometida su patria" acudió la capital entera, se retransmitió por televisión y contó como protagonistas con el presidente de la república y todos sus ministros. En el partido de vuelta, ya se pueden imaginar. A Mario Griffin, entrenador de Honduras, se le atribuyen las palabras "menos mal que hemos perdido este partido". De lo contrario, los jugadores no habrían salido con vida. Ganó El Salvador 3-0. Sí murieron dos aficionados hondureños, varias docenas fueron hospitalizados y 150 coches incendiados. Horas después, se cerraba la frontera entre los dos países. Al día siguiente, una bomba caía sobre Tegucigalpa.
El reportero polaco, aconsejado por un amigo suyo latinoamericano, marchó a Honduras porque sabía lo que iba a suceder, que iba a haber un buen tomate. Lo que cuenta en las siguientes páginas es, como en muchas de sus crónicas, revelador de lo absurdo, estúpido y salvaje que hay en la especie humana. De repente se encuentra en medio de una guerra atroz, se ve corriendo a oscuras por las calles de Tegucigalpa en toque de queda con el temor de que en cualquier sitio salga alguien y le dispare por hacer ruido, core de día entre barricadas y caos mientras observa pintadas del tipo "¡Vengaremos el 3 a 0!" o "¡Cubra la infamia a Porfirio Ramos, que se acuesta con una salvadoreña!".
Junto a otros corresponsales internacionales, Kapuscinksi se va al campo de batalla y, de repente, se encuentra en una tierra de nadie fronteriza donde les puede caer un balazo desde cualquiera de las dos partes. Ese sería el comienzo de una larga serie de aterradoras vicisitudes, que culminan cuando es capturado por un soldado hondureño que, gracias a su pasaporte y una autorización del ejército de su país, se apresta a conducirle a la retaguardia. Mientras eso sucedía, y aún en pleno campo de batalla, arrastrándose por la selva, el soldado le dice: "Señor, mire cuántos zapatos. Toda mi familia anda descalza". Mientras el reportero sólo piensa en salvar el pellejo, el soldado, un pobre campesino que no sabía por qué luchaba pero "que lo mejor era callar", volvía a la zona de peligro para recolectar todos los zapatos que pudiera y esconderlos en un lugar secreto para, cuando finalizase la contienda, llevárselos a los suyos.
"La guerra del fútbol duró cien horas", escribe Kapuscinski. "El balance: seis mil muertos, veinte mil heridos. Alrededor de cincuenta mil personas perdieron sus casas y sus tierras. Muchas aldeas fueron arrasadas". Tras 37 páginas narrando todo ese acojonante sinsentido, el polaco dedica las últimas tres, casi a traición, a explicar las verdaderas causas de la contienda: las salvajes relaciones de dominación de las oligarquías latifundistas sobre los campesinos en ambos territorios y una normativa hondureña en que se obligaba a los campesinos salvadoreños que estaban en su territorio (El Salvador es muchísimo más pequeño y la densidad de población mucho más alta) a volver a su país de origen. Eso acrecentó una tensión que estallaría finalmente con el fútbol, que "ayudó a enardecer aún más los ánimos de chovinismo y de histeria seudopatriótica, tan necesarios para desencadenar la guerra y fortalecer así el poder de la oligarquía en los dos países".
Éste es el párrafo con el que concluye el reportaje: "Los dos gobiernos estaban satisfechos de la guerra porque durante varios días Honduras y El Salvador habían ocupado las primeras planas de la prensa mundial y habían atraído el interés de la opinión pública internacional. Los pequeños países del Tercer Mundo tienen la posibilidad de despertar un vivo interés sólo cuando se deciden a derramar sangre. Es una triste verdad, pero así es".
Volviendo al affaire Atlético-Olympique, ha coincidido en titulares con las medallas del ministerio de cultura al mérito en las bellas artes, entregadas en A Coruña. Titulares copados, fundamentalmente, por Antonio Banderas. Entre los condecorados, "por contribuir a un mundo mejor", figura José Tomás, matador de toros.
Que tengan un buen día.
Canción del día: "Ping Pong" (Stereolab)
Frase del día: "Prohibido hablar de la crisis" (Cartel en restaurante madrileño)
1 Comments:
La victoria en la Eurocopa ha cambiado este país, amigo...y les ha tocado un poco las narices al resto, jejeje.
(voy a leerme el reportaje)
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