lunes, enero 04, 2010

"Pequeños eclipses", de Fane & Jim. Saber perder, saber vivir.

Empecemos sin vaselina. La vida humana es, por definición, trágica y absurda. Una mierda. Pero qué grande, qué intenso, es poder exprimirla hasta sus máximas consecuencias. Exprimirla con mayor fruición en cuanto te das cuenta de que, en realidad, es una inevitable sucesión de hostias: algunos de ellos grandes hostiones, y otros de los que ni siquiera te das cuenta hasta que, en algún momento, te encuentras frente al espejo con un moratón que no sabes ni cómo cojones te lo hiciste. Es una cadena de desencantos y asunciones. Asumir el dolor y el absurdo se convertirá en algo fundamental para abrazar el placer, beber trago a trago este licor cuya cantidad restante es siempre incierta. Y reír, aunque la carcajada limpia se transforme con el tiempo en un rictus de sarcasmo oscurecido.

Pero como esto no es un puto texto de autoayuda, sino un egolog pajillero (hay ligeras diferencias), introduzcamos el tema. Las primeras páginas de "Petites éclipses", sensacional novela gráfica realizada en 2007 por los franceses Fane & Jim, en la que ambos van contando parte del proceso creativo, no hace más que engrandecer lo que se va a contar y darle un aura especial. Narrado el argumento, puede parecer, uf, cansino: la típica situación de reencuentro en que un grupo de amigos treintañeros (cercanos ya a los cuarenta) se van de vacaciones a una casa de campo en vísperas de un eclipse, lo que les llevará a poner de manifiesto sus conflictos, traumas y mezquindades, a encontrarse a sí mismos y bla, bla, bla.

Realmente, es eso, pero, en realidad, no es simplemente eso. Pocas obras de este carácter recuerdo que tuviesen una lucidez tan aplastante, una habilidad a la hora de perfilar a cada uno de los personajes y, al tiempo, conseguir que el lector los entienda al tiempo que pueden sentir (a menudo simultáneamente) cariño y repulsa con respecto a ellos. El retrato psicológico y sociológico de la clase media europea, profesionales liberales del sector cultural entre los treinta y los cuarenta (más reconociblemente franceses en, ejem, su muy francés tratamiento del sexo) es tan demoledora como, al tiempo, libre de enjuiciarla moralmente o en cualquier otro aspecto. No es un dedo en la llaga dispuesto a derribar, sino que, parece, es una autoinculpación, una mirada en un espejo lleno de mierda pero que, al tiempo, es valiente: hay que mirar esa mierda del espejo porque, en realidad, es lo único que tenemos y lo que hay detrás es lo que somos. Nunca seremos otra cosa, así que tenemos que querernos así. U odiarnos, pero siendo conscientes de por qué.

Hábilmente, Fane & Jim juntan a personajes en diferentes situaciones vitales más o menos previsibles en esas edades: el matrimonio con hijos hastiado de la vida, la esposa despechada, el esposo que pone a prueba la única porción de juventud que no se le escapó entre los dedos viendo si su poder de seducción sobre las jovencitas se mantiene, el contrapunto de una chica joven y presuntamente ingénua iniciándose en los sinsabores sentimentales, el pibón esclavo de su belleza y quemado de la vida que desprecia a la especie masculina pero no puede renunciar a caer en sus peores garras y, voilá, el gay solitario cuya actitud cínica ante la vida -como, en realidad, la de todos los personajes- deja entrever las múltiples heridas inflingidas a un romanticismo todavía vulnerable. En fin, diferentes ejemplos de lo difícil que es atrapar la felicidad cuando ya no sabes ni en qué cojones consiste eso a pesar de que, aparentemente, la has conseguido y eres envidiado por ello. No en vano, tienes tu vida resuelta, techo y comida garantizada, oportunidades de ocio y consumo casi obscenas y no vives con el peligro de que mañana te quiten la casa o te caiga una bomba encima.

Hay tanta verdad en el desarrollo paulatino de la historia que engancha sin dilación, revela cosas de cada uno y de la gente que le rodea y, finalmente, da miedo. Pero, al tiempo, contagia ganas de pillar la vida por el cuello y abrazarla en muchos momentos plagados de visceralidad: las bromas en la piscina, los polvos a contrapié, las puyas entre personajes lanzadas en su mayor causticidad, las discusiones amargas, las borracheras, las incursiones locas en el pueblo, las huidas, los teléfonos móviles lanzados con saña contra el sueño, las miradas tras las ventanas de un tren...

Y alcanza su máxima expresión en el que podría ser el momento más forzado y absurdo, cuando todos los personajes son sometidos al escrutinio de una especie de vidente, que hurga en el fondo de sus conciencias y, en lugar de cambiarlas como si fuese el puto fantasma de las navidades pasadas, lo que hace es descubrir dónde está la herida, airearlo y, lógicamente, causar las airadas reacciones de esos seres inevitablemente imperfectos, egoístas, hirviendo en sangre incluso cuando muestran el mayor de sus hastíos.

Al final, todo puede ser un espejismo, una interposición fugaz de cuerpos celestes, unas vacaciones de la normalidad. Todo presagia que, tras la última página, sus vidas volverán a ser, más o menos, las mismas, aunque se hayan convulsionado, removido, algunas cosas en su interior. Una última concesión a la locura antes de entrar en el punto muerto definitivo del conformismo de sobrevivir en la vida adulta. La que ya no tiene marcha atrás y sólo puede aspirar a encaminarse con la mayor dignidad posible hacia el declive.

Canción del día: "Shy" (A Sunny Day In Glasgow")

Frase del día: "Ésta es la lotería de los pobres" (Acompañante de una enferma de alzheimer en una residencia de ancianos)

3 Comments:

Blogger supersalvajuan said...

Será por loterías.

10:14 p. m.  
Anonymous calros said...

Solo me falta el disco de M83 de fondo, que escuchaba cuando yo lo leí. Genial, de verdad.

11:27 p. m.  
Anonymous Adri said...

La frase del día, sublime.

5:41 p. m.  

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