lunes, marzo 30, 2015

"Amar, beber y cantar", de Alain Resnais. El vitalista truco final de un cineasta admirable.

No estaba previsto que “Amoire, boire et chanter” fuese el canto del cisne del gran Alain Resnais (en agenda tenía “Llegadas y salidas”, una nueva adaptación de su autor de cabecera en sus últimos tiempos, Alan Ayckbourn), pero todo lo que en ella vemos –con la culminación de su contundente plano final- parece jugar con la seguridad de que el francés sabía que esa podía ser su última película. Fuese, lo demás, fruto de la casualidad, no podemos desprendernos de ese tono elegíaco que, al tiempo, la engrandece ante nuestros ojos como si fuese un último truco o engaño del gran trilero. 

Puede que las trampas de los acontecimientos también nos hagan pensar que el peculiar protagonista de la historia, un personaje siempre presente y siempre ausente llamado George Riley, sea el trasunto fantasma del propio Resnais. La retorcida trama gira en torno a él, a su mito de irresistible seductor y a los ardides que teje para manipular las vidas de tres matrimonios en crisis en el otoño de sus vidas. El cineasta se basa, aquí también, en una obra de Ayckbourn ambientándola, como la original, en Inglaterra, pero creando una pirueta metalinguïstica en la que se juega a hacer teatro dentro del teatro dentro del cine, derribando ocasionalmente la cuarta pared e introduciendo estética de cómic. No deja de tener una estructura clásica de comedia popular, cuya marcada teatralidad se hace un poco ladrillo inaccesible al principio pero termina enganchando poco a poco. 

Resnais vuelve a recurrir a su elenco habitual de actores (Sabine Azéma, Hippolyte Girardot, André Dussollier…) y a todas las características de sus últimas películas: el radical libertinaje narrativo y visual, el festín cromático, la radical renovación de la idea de adaptación teatral al cine y, sobre todo, lo insultantemente joven, moderno y vitalista de su audaz modo de poner las cartas sobre la mesa. A medida que se acercaba a los 90 años de edad, el cineasta parecía luchar contra el paso del tiempo aferrándose con mayor fuerza a una pulsión juvenil de apariencia anárquica pero trasfondo inteligente y, sobre todo, con un humor saludable y sabio como única arma que pudiese vencer a la melancolía y a lo inevitable. 

En los obituarios que, hace poco más de un año, se le dedicaron, se resaltaban fundamentalmente sus primeros títulos: "Hiroshima, mon amour", "El año pasado en Marienbad", "Muriel" o el demoledor documental sobre los campos de concentración nazis "Nuit et brouillard”, como sus contribuciones más importantes a la historia del cine. Sin embargo, no deja de sorprenderme su evolución a lo largo de estas seis décadas, cómo comenzó con la gravedad existencial de posguerra de aquellas películas en blanco y negro que parecían obra de un joven avejentado, y cómo invirtió los términos con los estallidos de color y amor a la vida de sus últimas obras. En realidad, yo admiro mucho más firmemente esta última etapa, he disfrutado mucho más de “Asuntos privados en lugares públicos”, “Las malas hierbas” y esta “Amar, beber y cantar” (a falta de ver su penúltima peli, “No habéis visto nada todavía”, no estrenada por aquí comercialmente). 

Y ahora va la buena noticia y la recomendación para quien viva en o esté por Madrid: el miércoles 1 todavía podéis ver la peli final de Resnais en la Filmoteca como parte de un ciclo que se lleva desarrollando desde este mes y que seguirá durante todo abril.